FIGURAS DE ESTE MUNDO

Ana

“Señor mío, hace tiempo yo estuve aquí, orando a Dios. Yo le pedí este niño, y Él me lo concedió. Por eso ahora se lo entrego, para que le sirva todos los días de su vida” (1Samuel 1:26-28).

Llena de ferviente fe, convencida del poder del Padre celestial, aferrada a un profundo compromiso y confiada en la justicia divina, Ana oraba a Dios para que le concediese un hijo. Esta noble dama, la primera y más amada de las dos esposas de Elcaná en Ramá, era estéril, y esta era la peor maldición para una mujer casada en la cultura de aquellos tiempos (aprox. 1275 a.C.). Su esterilidad la afligía sobremanera, especialmente cuando Penina, la segunda esposa, que sí tenía hijos, la molestaba y se burlaba de ella. Un día que la familia estaba en el santuario ofreciendo sus sacrificios anuales, Ana estaba tan triste por su infertilidad que comenzó a llorar. Por eso oró a Dios y le prometió que si le daba un hijo varón se lo dedicaría a Él todos los días de su vida. Mientras oraba en silencio, Elí, el sacerdote, la veía mover los labios, pero como no escuchaba lo que decía, pensó que estaba borracha y la reprendió. Ana replicó que era inocente y le contó todas sus penas.

Por fin, la oración de Ana fue oída y dio a luz a Samuel (que significa ‘Dios oye’ o ‘pedido del Señor’). Tan pronto el niño comenzó a comer solo, ambos padres lo entregaron al sacerdote Elí. Y Ana le dijo: “Señor mío, hace tiempo yo estuve aquí, orando a Dios. Yo le pedí este niño, y Él me lo concedió. Por eso ahora se lo entrego, para que le sirva todos los días de su vida”. Dios bendijo a Ana por su obediencia, dándole tres hijos y dos hijas más.

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