SIN PAÑOS TIBIOS
Siempre es lo mismo
Todos los días se repite lo mismo: el despertar del cuerpo y luego del retornar de la conciencia, el ritual sagrado de poner a hervir el agua, moler los granos, preparar el café en la prensa francesa y esperar los cinco minutos reglamentarios.
Luego, la secuencia continua con precisión monótona: las dos tazas a punto y el platillo para tapar la segunda; y sólo después, después del primer sorbo, la vida comienza como cuando florecen las arenas del desierto tras una temporada de lluvia. Porque sin vergüenza podemos admitir que somos adictos al café, ¿o acaso podemos explicar de otra forma esa sensación de bienestar y plenitud que tenemos cuando sentimos su calor en la boca? Al ingerirlo, vamos sintiendo cómo cada molécula de nuestro cuerpo se va recargando de energía, en un festival de bienestar que nos embriaga y nos hace felices… como toda droga lo hace.
Habrá alcohólicos anónimos, pero existimos cafeteros declarados; los que preferimos cambiar de médico a aplicar al pie de la letra el tratamiento, si este supone dejarlo. Hay algo oscuro en el corazón de quienes no beben café; no pueden ser felices, porque no hay manera de serlo sin él; y ni hablar de quienes le echan azúcar… esas no son personas en las que se pueda confiar.
Comenzado el día con ánimos, la rutina cotidiana impone su mandato. Los años hacen que uno sucumba en lo ordinario; el calendario es implacable y cruel; los compromisos que en su momento decidimos gustosos asumir ahora se tornan odiosos de cumplir; y, a medida que el horizonte se acerca, la inmediatez da paso a la reflexión; y pensamos más en cosas inmateriales cuando menos podemos dejar de pensar en las materiales.
Porque estamos obligados a estar así, al pie del cañón, con las botas puestas… aunque el tren de la vida corra rápido y miremos desde sus ventanas las cosas que se van quedando atrás: los besos que dejamos de dar; la reunión con los amigos a la que no fuimos porque teníamos mucho trabajo; la tarde con nuestros hijos que sacrificamos por aquella otra reunión donde se trataron “temas importantes” que bien podían haberse resuelto con una llamada de cinco minutos y, que, sin embargo, perdimos tres horas hablando de ello; como si acaso nos sobrara el tiempo…
Todo ocurre rápido y aunque las imágenes se borran y dan paso a nuevas, cada vez todo es más repetitivo y recurrente. Desde la zona de confort y la seguridad material es difícil proponerse romper con eso, ahí reside la fuerza suprema del sistema, ese del que ya somos parte.
A veces, la mirada profunda de una mujer hermosa te devuelve a la vida, y si una boca deseada pronuncia tu nombre, el corazón vuelve a latir, y todo es brillante de nuevo, y la brisa sopla, y el sol es cálido y agradable… como sus besos.