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Mujer, esposa, madre y profesional

El devenir histórico de la mujer ha sido inestable, ya sea por ser dominada por el hombre o por una disparidad de derechos. Hay que reconocer que en la prehistoria las actividades de la mujer casi coincidían con las efectuadas por el varón. Fue a partir de la Edad Antigua que la mujer perdió todos sus derechos, porque estaba bajo el dominio masculino y se le convirtió en una mercancía; ejerciendo, entonces, un rol secundario en la sociedad. En la Edad Moderna las doncellas gozaban de poca participación, aunque sí eran consideradas en sus gustos; se comenzó a resaltar su belleza y color de piel identificándola con la realeza. En ese momento, de la historia, la mujer ya podía leer y escribir. Sin embargo, la cultura patriarcal continuaba dominándola. Por otra parte, en el Siglo XIX, aunque podían leer y escribir, se le negaba el derecho al voto y la participación en la política. En el Siglo XX, una época de cambios significativos, se le consideró “ángel del hogar”. Por el contrario, en el Siglo XXI la mujer lucha por la igualdad de géneros; a ella le gusta: viajar y divertirse, no desea tener hijos, disfruta de su soltería, pero también acepta la compañía; es independiente; estudia y/o trabaja.

La Biblia, en el libro del Génesis, señala que el ser humano fue creado “a imagen y semejanza de Dios” y que fue creado desde el principio como “varón y mujer”. Según san Juan Pablo II: “la feminidad realiza lo “humano” tanto como la masculinidad. Sólo gracias a la dualidad de lo masculino y lo femenino, lo humano se realiza plenamente”.

La vocación de la mujer a la maternidad la hace más sensible para captar las necesidades, y más ingeniosa para darles una respuesta.

Pero ser madre no significa sólo tener hijos. La mujer-madre ejerce su rol en el más amplio sentido del término y en todas las dimensiones de la persona. Tanto si tiene hijos como si no: bien porque no puede tenerlos, bien porque no se ha casado, o bien porque ha escogido la virginidad como vocación, lo que exige la renuncia al matrimonio y, por tanto, también a la maternidad física.

La mujer expresa su maternidad afectiva, cultural y espiritual, constituyendo un valor incalculable, por su influencia en el desarrollo de la persona. La sociedad necesita que la mujer continúe manteniéndose en este compromiso humano y humanizador. Ella también se realiza laboral, profesional o académicamente, junto a múltiples tareas domésticas y de crianza.

Además, “el reivindicar una mayor presencia de la mujer en el mundo laboral y eclesial va de la mano de la reivindicación de una mayor presencia del hombre en el cuidado de los hijos y en las tareas domésticas. Por ahora, se ha conseguido bastante de lo primero y poco de lo segundo”. La mujer también se abre a la experiencia de la maternidad espiritual, dando pleno sentido a su vida. La madre espiritual (María) y la terrenal (mamá): acogen, acompañan, protegen, sanan y confortan. 

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