El riesgo de una implosión gubernamental
Con marcados matices diferenciales, los gobiernos de Argentina y Guatemala viven momentos de peligro por una eventual implosión, provocadas por poderosas fuerzas externas.
No es fácil que se produzca el colapso o resquebrajamiento de un gobierno, provocado por fuerzas externas poderosas –una implosión–, y menos cuando la presión de grupos o sectores se produce en los primeros meses de un nuevo mandato presidencial, precisamente cuando se sabe que el gobernante cuenta con amplio respaldo popular, producto del voto que le encumbró en el poder de una Nación.
En la historia universal moderna hay suficientes ejemplos de este tipo de fenómenos sociopolíticos. Quizás el más sonado que se pueda citar sea el colapso de la antigua Unión Soviética (URSS) en 1991, cuando las fuerzas externas fueron infinitamente superiores a las de la anacrónica estructura comunista que terminó partida en pedazos… literalmente.
Aunque en dimensiones diferentes, estamos viendo por estos días demasiada agitación política y social en Latinoamérica –Haití, Colombia, Venezuela, Nicaragua, Perú, Chile y Bolivia, por ejemplo–, pero hay dos casos que llaman la atención en este momento, porque se trata de gobiernos relativamente nuevos que están sufriendo mucho por la presión externa que reciben, con marcado sello ideológico.
Curiosamente, se trata de un gobierno de corte socialdemócrata (Guatemala) y uno de ultraderecha (Argentina). Los presidentes Bernardo Arévalo (59% de los votos) y Javier Miley (56%) asumieron en enero y diciembre pasado respectivamente, lo que significa que ninguno de ellos ha llegado a la mitad del año de Gobierno y ya sufren de los embates de sus opositores por causas y formas diferentes.
Más crítico parece el caso del mandatario guatemalteco, ya que, si bien ganó con amplio margen la presidencia, asumió el cargo con gran debilidad política, pues su partido, el Movimiento Semilla, solo obtuvo 23 de 160 escaños en el Congreso y tres alcaldías de 340 en todo el país. Pero eso no es lo peor. El problema más serio es que tiene como férrea opositora a una poderosa alianza que reúne a la fiscalía general, la Corte de Constitucionalidad (CC), la Corte Suprema de Justicia (CSJ), el Legislativo, un sector militar, mafias y ciertos grupos conservadores que temen a las reformas sociales,
Esa alianza intentó frenar su llegada a la presidencia. La fiscal general Consuelo Porras, convertida ahora en la punta de lanza del grupo, denunció fraude en las elecciones e hizo que fiscales y jueces persiguieran a dirigentes del partido Semilla e incluso al presidente Arévalo y la vicepresidenta Karin Herrera.
La fiscal Porras ha sido sancionada por “corrupta y antidemocrática” por Estados Unidos, los 27 países de la Unión Europea, Canadá y Suiza. Arévalo, que gano con la promesa de librar una lucha anticorrupción, desea la destitución de la fiscal porque entrampa todo proceso que tiene que ver con este delito, pero ha chocado contra un muro infranqueable y ahora él mismo está bajo el ataque de los grupos que forman la alianza.
Un poder Ejecutivo, enfrentado con los demás poderes del Estado y los poderosos grupos de la alianza, parece sumido en un mar de complicaciones. Todo indica que la intención de sus adversarios es poner en su camino cualquier cantidad de obstáculos para hacer que su gestión fracase y serían felices viendo su implosión o una salida vergonzosa al final del período.
Las dos fuerzas que salieron en defensa de la democracia y del triunfo de Arévalo en las urnas persisten. La primera –y muy sólida– es la comunidad internacional. La segunda en cambio ha perdido parte de su fuerza, porque se trata de los grupos populares e indígenas que, sin embargo, consideran que el presidente no está cumpliendo con sus promesas básicas de campaña, aunque quieren menos a la fiscal
En Argentina, Milei tiene fuerza política a su favor, pero el gigantesco reto de rescatar la maltrecha economía que dejaron los populistas Alberto Fernández y Cristina Fernández lo mantiene ahora mismo enfrentado a los poderosos sindicatos que hay en ese país –muchos vinculados al peronismo–, los cuáles han logrado ya dos paros nacionales en los que logran que toda actividad tenga que suspenderse, sea transporte, comercio o industria.
Aun así, podría decir que tiene más margen de acción Milei que Arévalo. La fuerza externa que presiona sobre Arévalo es más fuerte que la interna y la implosión puede darse si los aliados no pierden incidencia y contundencia, tanto en el plano internacional como el doméstico.
En el caso de Milei, todavía no llega a ser mayor esa fuerza opositora, aunque corre el riesgo de que, en la medida de que no den resultados las medidas económicas impulsadas, pueda revertirse el balance de fuerzas, pues todos sabemos que el bolsillo o el estómago son la mejor causa para que las protestas crezcan, aún más cuando se trata defender la democracia misma.
Estas luchas se disfrazan de ideológicas, pero en realidad terminan siendo una lisa y llana lucha por el poder.