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OTEANDO

Tentativa de homicidio

Apenas acabo de leer mi primer Savater (“Carne gobernada”) y ya ando buscando formas de matar su autor, en el sentido barthesiano de la palabra, claro. Su obra me encuentra en cierta suerte de semejanza crepuscular a la declarada por Savater en ella; y yo, que no tengo ni nociones de preceptiva literaria, que apenas leo y nada más, ya me encuentro aquí tratando de “crear” –o acaso “deformar”, que nunca deconstruir, porque sería deshonesta pretensión– a partir de sus concepciones sobre el amor, la ciencia, la racionalidad, la imaginación, las mujeres, la vida y la muerte lo que este coloso de la filosofía y la literatura muestra en su retoño literario.

Savater, con su envidiable estilo, me reafirma en mi creencia sobre algo que se ha dicho mucho y no se entiende, que ha sido expresado por pensadores y poetas sin que nos tomemos el momento de reparar en su connotación y alcance: “el paisaje solo nos devuelve en impresión nuestro propio estado de ánimo”. En otras palabras, “y es que en el mundo traidor/ nada hay verdad ni mentira/ todo es según el color/ del cristal con que se mira”.

He caído en manos de Savater en el mejor momento que ofrece la vida para aprender de un hombre, ese en que el maestro lo es más por sus años que por sus afanes y preocupaciones intelectuales; ese al que el propio Savater culpa -o acaso da gracias- por facilitarle dar, hacer, no hacer, escribir o leer sin perseguir rédito alguno, sin razón más justificante que la única verdaderamente auténtica: porque se le antoja su santa voluntad. No hay en lo que hace predisposición ni cálculos, mucho menos interés por falsar lo cierto o asignar certeza a lo falso. Por ello, el cristal de su mirada carece de color, o acaso el propio Savater acusa un productivo y panóptico daltonismo que le permite privilegiar lo esencial a lo contingente. Me han encantado las formas de graficar diferencialmente sus vínculos con “Pelo Cohete”, su esposa ida a destiempo, y la circunstancialmente aparecida “K”. Ambas llenan etapas distintas de su vida, pero solo a Pelo Cohete concede Savater la condición de posibilidad de su universo ontológico, a ella se contrae y referencia todo cuanto existe para él, es su arjé y su resumen; apenas si para “K” deja la valoración de lo circunstancial, incapaz de distraerlo, y mucho menos desalojarlo del edificio emocional que construyó para él Pelo Cohete. Con todo, desconozco cómo matarlo.

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