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MIRANDO POR EL RETROVISOR

¿Quién de ustedes perderá su tiempo?

Mahatma Gandhi, quien lideró el movimiento independentista de la India mediante la desobediencia civil sin violencia, dijo en una ocasión: “No pretendo ser constante con relación a cosas que he dicho anteriormente, sino con la verdad”. Con esa reflexión no quiso dejar establecido que estaría retractándose constantemente de sus juicios u opiniones, sino que “su verdad” podía cambiar en cualquier momento.

El pacifista, político y abogado hindú también nos deja con ese pensamiento otra enseñanza vital en las relaciones interpersonales: El poder de las palabras. De ahí la convicción tan arraigada en muchas personas –yo formo parte de ellas- de que una ofensa verbal puede hacer mucho más daño en ocasiones que una agresión física, claro si lo permitimos.

Las palabras tienen un impacto real, primero en nosotros mismos y también sobre las personas con quienes interactuamos. Pueden juntarse para edificar o destruir, y se hace tan difícil controlarlas porque son fruto de esas emociones que tanto dominan nuestras impulsivas reacciones, de las que estamos conscientes porque son repetitivas, pero en las que nos resistimos a trabajar. Y así vienen esas justificaciones baladíes, hasta apelando al apellido o al signo zodiacal: “Es que los… somos así”.

El neurocientífico argentino Mariano Sigman, precisamente autor del libro “El poder de las palabras”, expone que nuestra mente es mucho más maleable de lo que creemos y sostiene que conservamos toda la vida la misma capacidad de aprender que teníamos cuando éramos niños. El experto entiende que siempre existe la posibilidad de cambiar o moldear un carácter, pero es necesario primero aprender a conversar con nosotros mismos y cuidarnos de lo que expresamos.

Las palabras son capaces de reabrir esas heridas que ya estaban cicatrizando y tampoco es siempre cierto que “se las lleva el viento”, suelen sobrecargar la animosidad de las personas, incluso con manifestaciones de odio, violencia y un prolongado resentimiento.

La Biblia, ese libro sagrado con tantas enseñanzas que nunca pierden vigencia, tiene puntuales reflexiones sobre el poder positivo y negativo de las palabras. He aquí algunas “muerte y vida están en poder de la lengua” (Proverbios 18:21), “Hay quien habla sin tino como golpes de espada, pero la lengua de los sabios sana” (Proverbios 12:18), “En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, mas el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10-19), “La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego” (Proverbios 15:1), “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:37), “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Efesios 4:29). Y como la palabra es fruto de una meditación previa, este último es uno de mis preferidos “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8).

¿Pero debido al poder destructivo que encierran las palabras, debo todo el tiempo reprimirse al momento de proclamar “mi verdad”? Me encanta al respecto una reflexión que contiene “Desiderata”, el célebre poema del escritor y filósofo estadounidense Max Ehrmann, convertido en una exitosa canción hablada en Latinoamérica por el actor y locutor mexicano Jorge Lavat: “Enuncia tu verdad de una manera serena y clara, y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante, también ellos tienen su propia historia. Evita a las personas ruidosas y agresivas, ya que son un fastidio para el espíritu”, y lo mejor “Piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio”.

Quienes me conocen saben que Larry Bird, jugador de baloncesto de la NBA ya retirado, es mi atleta preferido de todos los tiempos. ¿Por qué? En el mundo de la música, el deporte, las letras o cualquier otra área, no sigo a los personajes únicamente por sus logros y estadísticas acumuladas. En el caso de “La leyenda”, como apodan a Bird, me atrae su filosofía de vida y la forma en que encaró el deporte que aún le apasiona.

A pesar del talento que tenía para el baloncesto, Bird fue más bien un gran trabajador y sumamente disciplinado. Siendo la estrella del equipo, era el primero que llegaba a las prácticas y el último que se iba. Era capaz de realizar hasta 500 disparos en un solo día desde la línea de lances libres, el secreto de su eficiencia en ese aspecto del juego. Pues Bird, utilizó mucho el poder de la palabra para elevar su confianza y autoestima, otros dos detalles claves de su éxito.

Para citar un ejemplo, en la competencia de tiros de tres de 1988, la cual había ganado en los dos años anteriores, entró al camerino donde estaban sus competidores y les dijo: “Quién de ustedes llegará segundo”, porque tenía la plena confianza de que saldría vencedor por tercera ocasión. Y así fue.

La semana pasada estuve viendo algunos vídeos del legendario jugador de baloncesto. Suelo hacerlo cuando alguien intenta resquebrajar mi confianza o autoestima, como ocurrió hace unos días con una expresión que utilizó una persona sobre mí, sin meditar que la lengua puede ser más destructora que un fuego abrasador o el más poderoso misil.

Pienso que esa falta de inhibición al momento de ofender está muy ligada a las influencias del mundo virtual en el real. Por redes sociales y otras plataformas digitales no hay límites con el uso destructor de las palabras. Se piensa que por ahí no lastiman.

Y esas redes sociales se han convertido incluso en el principal enemigo de políticos y de los llamados influencers, porque se redactan textos con ideas, juicios y reflexiones, sin meditar sus efectos, y de repente descubrimos que en su accionar “no son constantes con cosas que han posteado anteriormente”. Por esa razón, cobra tanta importancia actualmente el cuidado que ponemos a nuestras palabras, ya sea de manera escrita o verbal.

Sigman plantea que “pensar es como una comunicación interna”. De ahí el beneficio de meditar antes de hablar, porque las palabras muestran quiénes somos y todo lo que llevamos en nuestro corazón hacia el prójimo. “De la abundancia del corazón habla la boca”, dice la Biblia en el evangelio según Mateo 12:34.

Y, además, es vital cómo manejamos lo que nos espetan sin control y sin medidas, con la intención de afectarnos emocionalmente. A la persona que intentó ofenderme hace unos días de manera deliberada, la escuché como recomienda el poema Desiderata, pero cuando percibí que se trataba de un juicio propio de su torpeza e ignorancia, le aplique la filosofía de Larry Bird. Porque pensé en ese momento que si él estuviera frente a un grupo de personas que intentan minar su confianza o autoestima, quizás les preguntaría: “Quién de ustedes perderá su tiempo”.

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