El mundo todavía está en llamas

Lawrence H. Summers
/ N. K. Singh

El mundo enfrenta el peor quinquenio en tres décadas. Las tasas de interés más altas han dejado a los países en desarrollo aplastados por la deuda, y la mitad de las economías más pobres no han recuperado los niveles en los que estaban antes de la pandemia. El crecimiento es débil en grandes regiones del mundo y la inflación se mantiene persistentemente alta. Y, detrás de todo esto, el termómetro sigue subiendo de a poco. El año pasado fue el más caluroso de los que se tenga registro, lo cual también es válido para casi todos los meses.

En los últimos años, los líderes mundiales han hecho grandes promesas y han diseñado planes audaces para mitigar la crisis climática y ayudar a los países pobres a adaptarse. Prometieron que el Banco Mundial se transformaría para trabajar en el cambio climático, y que el sistema multilateral recibiría dinero fresco y prestaría de manera más agresiva con los recursos disponibles, inclusive para satisfacer necesidades concesionales. Un acuerdo entre acreedores les brindaría un alivio de la deuda a los países que más lo necesitan. Y donde el dinero público no alcance, el sistema multilateral podría catalizar inversión privada en los países en desarrollo.

A pesar de la retórica audaz, 2023 fue un desastre en términos de ayuda al mundo en desarrollo. 

El sector privado recaudó 68.000 millones de dólares más en intereses y pagos principales de lo que le prestó al mundo en desarrollo. Sorprendentemente, las instituciones financieras y las agencias de asistencia internacionales retiraron otros 40.000 millones de dólares y la asistencia concesional neta de las instituciones financieras internacionales fue de apenas 2.000 millones de dólares, a pesar de la propagación de la hambruna. “De miles de millones a billones”, la consigna para el plan del Banco Mundial de movilizar dinero del sector privado para el desarrollo, se ha transformado en “millones que entran, miles de millones que salen”.

No debe sorprender que los accionistas del Banco Mundial no hayan recaudado capital, cambiado sustancialmente las prácticas financieras o dado pasos audaces. El Fondo Monetario Internacional está retirando fondos netos del mundo en desarrollo; la idea de un alivio integral de la deuda no ha avanzado, y se han evitado los defaults financieros solo por el default moral de recortar el gasto en salud y educación.

Dejando de lado por un momento el problema complejo del cambio climático, los líderes mundiales ni siquiera han podido abordar los desafíos más simples y sencillos. La guerra, la inflación y la mala gobernanza han llevado a algunos de los individuos más pobres -en países como Chad, Haití, Sudán y Gaza- al borde de la hambruna y, aun así, la respuesta internacional ha sido lenta y tenue. Esto, por sí solo, constituye un desastre humanitario, pero también es un símbolo de nuestra incapacidad más general para actuar frente a una crisis.

Si el mundo ni siquiera puede conseguir alimentos para los niños que mueren de hambre, ¿cómo puede aunar esfuerzos para derrotar al cambio climático y reorientar la economía global? ¿Y cómo los países más pobres pueden confiar en que el sistema internacional no los deje atrás si ese sistema no puede enfrentar los desafíos más elementales?

Esta semana, ministros de Finanzas, banqueros centrales y líderes económicos se juntan para la Reunión de Primavera del Banco Mundial y del FMI en Washington, donde analizarán la economía global y presentarán sus planes para fortalecerla. Pero estos esfuerzos fracasarán si la retórica se vuelve tan limitada como durante 2023 en términos de acción concreta. He aquí cuatro grandes ideas sobre lo que es necesario hacer:

Primero, revertir los flujos de capital, para que los países de más bajos ingresos reciban más ayuda de lo que les están pagando a los acreedores privados. En el corto plazo, eso implica expandir el uso por parte de los bancos multilaterales de desarrollo de herramientas financieras innovadoras, como instrumentos de mitigación del riesgo, y capital híbrido. Un poco más a largo plazo, significa intervenir con dinero fresco de los accionistas -un incremento de capital para el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo, lo que requerirá de una aprobación legislativa en los países socios.

Segundo, transformar los BMD en instituciones grandes, que asuman riesgos y se centren en el clima. Los bancos de desarrollo han venido implementando estrategias más audaces en materia de crédito, pero es hora de que incrementen esos esfuerzos. Los países ricos que son los mayores accionistas del sistema multilateral necesitan ofrecer apoyo político para esa toma de riesgo.

Tercero, financiar completamente a la Asociación Internacional de Fomento, una institución sumamente efectiva que ofrece recursos muy necesarios a los países de más bajos ingresos. El presidente del Banco Mundial ha reclamado la mayor reposición de la AIF en la historiapor parte de los donantes; dados los desafíos por delante, el mundo no se puede dar el lujo de ofrecer menos.

Cuarto, abordar la seguridad alimentaria. El año pasado, las Naciones Unidas pudieron recaudar de los donantes internacionales apenas un tercio aproximadamente de lo que pretendían para ayuda humanitaria, y tuvieron que recortar sus objetivos para 2024. Aportar financiamiento para los varios cientos de millones de personas que no tienen alimento suficiente para comer aliviaría un desastre humanitario y serviría de prueba para los países escépticos de que el sistema internacional todavía funciona.

La mitad del mundo va a las urnas este año, desde Estados Unidos y el Reino Unido hasta India y México. La desconfianza generalizada de los gobiernos y de sus promesas es ubicua, y todos los días vemos que la idea de una comunidad internacional se está volviendo un oxímoron. La creencia generalizada es que la política exterior se queda por el camino en tanto los políticos centran su interés en hacer campaña y en cuestiones domésticas que les permitirán ganar votos.

Nos atrevemos a albergar la esperanza de que, en el futuro, los historiadores vean las reuniones de esta semana como un momento en el que los líderes globales hicieron frente de manera seria a los desafíos globales. El problema no es principalmente intelectual. Los proyectos como el del grupo de expertos del G20 que presidimos sobre el fortalecimiento del sistema de los BMD no son pocos. Se trata, más bien, de encontrar la voluntad política para hacerse cargo de las cuestiones más fundamentales que enfrenta la humanidad.

Lawrence H. Summers fue Secretario del Tesoro de Estados Unidos (1999-2001), economista jefe del Banco Mundial (1991-93), director del Consejo Económico Nacional de Estados Unidos (2009-2010) y presidente de la Universidad de Harvard (2001-2006). ), donde actualmente es Profesor Universitario.

N.K. Singh, presidente del Instituto de Crecimiento Económico, es ex presidente de la Decimoquinta Comisión de Finanzas de la India, miembro del Parlamento y secretario del ex Primer Ministro Atal Bihari Vajpayee.