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“O inventamos o erramos”

“O inventamos o erramos” es la expresión lapidaria de Simón Rodríguez, prócer, educador y filósofo venezolano, maestro de Simón Bolívar, que tiene especial vigencia hoy talvez más que nunca.

La competitividad en los escenarios internacionales exige cada vez más de la innovación en productos, procesos, lo organizativo y el mercadeo, como prescribe el Manual de Oslo, referente internacional para el análisis y registro sobre innovación tecnológica y no tecnológica.

Un estudio reciente por la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) revela que toda Iberoamérica registra un retraso en su nivel de competitividad con respecto a los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y que, explicando en buena media lo anterior, la productividad en la región ha disminuido en los últimos 50 años.

El Banco Interamericano de Desarrollo (2018), utilizando la medida más comúnmente empleada, la Productividad Total de Factores (PTF) y su crecimiento para el período 1960-2017, concluye que América Latina y el Caribe han mostrado un desempeño negativo (-0.11) y solamente la región de África subsahariana (-0,48) tiene un peor desempeño.

Esto es grave por cuanto las mejoras en la productividad pueden representar la mitad del crecimiento del producto interno bruto (PIB)) y una proporción considerable de ese crecimiento deviene de la adopción de tecnologías en mejores productos y procesos.

La innovación, especialmente la tecnológica, se alimenta de la inversión en I+D. Para los países de la OCDE el promedio de la inversión en I+D como porcentaje del PIB en 2021 fue de 2.7% (en Alemania fue de 3.1), para Israel 5.6, para Corea del Sur 4.9, Estados Unidos 3.4 y China 2.4.

A pesar de los enormes beneficios potenciales de la innovación, los países en desarrollo invierten mucho menos que los avanzados y el nuestro está muy rezagado en inversión en I+D en comparación con su región y con el panorama internacional general. Según estimaciones recientes de la OCDE invertimos apenas 0.01% del PIB en I+D en 2015 mientras el promedio de la región de América Latina y el Caribe para ese año fue del 0.7%, el cual también deja mucho que desear, pero es significativamente mayor que el nuestro.

El estudio de la OEI concluye que “para incrementar la productividad y la competitividad, Iberoamérica necesita complementar la inversión en capital humano con mayores esfuerzos en las áreas de innovación, investigación y desarrollo.”

A recomendaciones similares arriba un estudio de la OCDE del 2020 sobre la transformación productiva de nuestro país, indicando que, si bien nuestros costos de mano de obra son competitivos (el 6% de los de Estados Unidos y menores que los de China), estos no son ya los determinantes para la localización de la inversión extranjera.

De acuerdo al European Manufacturing Survey (2015) entre las firmas encuestadas son las de alta tecnología las más propensas a relocalizarse en nearshoring (24%) en comparación con las de baja tecnología (15%).

Por todo esto, uno de los principales desafíos de nuestro país es el impulso a la innovación y, para ello es imprescindible el desarrollo de las capacidades en I+D y el aumento urgente y significativo en la inversión en sus actividades. Y en esto deben jugar un papel central las universidades, especialmente las de orientación tecnológica, como lo es el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) en donde tenemos muy claro que inventamos, o erramos.

El autor es rector del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC)

julio.sanchez@intec.edu.do