Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

El dedo en el gatillo

Fernando Savater en primera persona

Esta vez hablo como periodista. La ignorancia no rinde tributo a la libertad de expresión. Esta crece como único recurso del profesional de la palabra para aguarle la fiesta al rey. Por eso se defiende a cualquier precio. Los periodistas cuecen ese remolino de ideas que un día viaja hacia la derecha, otros hacia la izquierda y los más hacia el centro, porque conservadores y liberales no pueden darse la mano en un mundo donde impera la catarsis.

Según esos reyes, contra periodistas e intelectuales hay que guardar distancias porque la libertad de expresión cruza por ellos con un sentimiento de sagacidad.

Se le teme al periodista, grabadora en mano, cuando pregunta lo que no debe. Al intelectual, el miedo pone en picota su cabeza, porque no pide un centavo por llevar contra las cuerdas a quien debiera estar peleando a mitad del cuadrilátero.

El poeta cubano Heberto Padilla refirió en el censurado poemario Fuera de juego el desprecio del poder hacia los intelectuales: Ese aquí no tiene nada que hacer / no entra en el juego / no se entusiasma / no pone en claro su mensaje / no repara siquiera en los milagros / se pasa el día entero cavilando / encuentra siempre algo que objetar. / ¡A ese tipo despídanlo! / echen a un lado al aguafiestas / a ese mal humorado del verano / con gafas negras / bajo el sol que nace.

Fernando Savater es un intelectual que admiro. En mis años cubanos descubrí sus libros proscritos porque el Partido Comunista no lo consideraba. Su pensamiento me dio cierta luz profesional. En aquel entonces, sus obras “Ética para Amador” y “Política para Amador” pernoctaron en mi mesita de noche. A pesar de mi ortodoxia, algo me encendió el acto de pensar. Esos tomos trataban lecciones en primera persona, dirigidas a un joven a punto de entrar en la adolescencia, para advertir que lo expuesto de una forma, mañana puede tomar otra. Y a veces, una tercera mirada también.

Me sedujo la facilidad de Savater para colocar su lenguaje al alcance de las mayorías. Así llegó a crear un estilo que muchas veces no era tomado en cuenta por quienes atacaban sus conductas públicas.

De un tiempo a esta parte, los cintillos hicieron zafra con la noticia: Fernando Savater fue expulsado como columnista del periódico El País. El grupo Prisa, destacado por incluir en su estructura diversos órganos de comunicación masiva despidió, así como así, a un intelectual que puso a España en el mapa del pensamiento contemporáneo. Sus libros, traducidos a más de cien idiomas, ondeaban como banderas tanto en tribunas cultas como en populares.

Los directivos de El País lo expulsaron. No saben o no desean conocer que un libre pensador no admite que le endocen una ruta para llegar a su destino. Algunos que no le llegan ni al tobillo, lo han acusado de escribir contra la política editorial de la empresa y contra el gobierno de España. El único ataque posible contra Savater pudiera cuestionar sus determinadas ideas, producto del libre fluir de sus ideas. Pero jamás esgrimió lamentaciones contra su país, ni contra los laboriosos redactores de noticias que llegan al público español a través de ese periódico. Y a este último, también.

Entiendo la rabia del escritor por haberlo echado de su casa. A veces el orgullo debe andar oculto cuando intentamos sacar el rostro a la luz. El silencio ante los caimanes que saben ocultarse en el agua a esperar la ingenua pisada de un turista, es de sabios.

La expulsión de Savater fue aprovechada para convertirlo en carne de cañón. Sin embargo, muchos de sus lectores no se hicieron eco de aquella decisión. Y provocó renuncias de otros columnistas como Félix de Azua, y más recientemente, el expresidente del Grupo Prisa, Juan Luis Cebrián, quien “osó” publicar en el diario “The Objetive”, el mismo donde, no por casualidad, Sabater fue acogido.

No soy quien para dar consejos a nadie. Mucho menos, de quien debo recibirlos. Debo aceptar con humildad y deseos de aprendizaje todo lo que se mueve a mi alrededor, aunque no comulgue con el tema de sus discursos. Soy periodista y escritor, y no un político o economista. Igual sucede -salvando las distincias- con Fernando Savater. Siempre defenderé a los de mi clase cuando se trate de extirparlos del mundo por tener el cinto bien ajustado a la cintura.

Como periodista, denuncio la libertad de expresión vulnerada. El escrito que provocó su expulsión carece de un matiz político-partidario. Por el contrario, exhibía la naturaleza democrática del diario El País. Savater reflexionó en defensa a los intereses de miles de profesionales que, desde esas mismas páginas, defienden la libertad de opinión dentro y fuera de España. Sin temor a murciélagos pululantes.

Los sobrevivientes, de una manera u otra, no pueden olvidar a sus muertos. Por rumbos inciertos pululan caminantes que pueden no tomarse en cuenta. Pero a todos los une el tributo hacia aquellos que pusieron buen precio a su palabra, en busca de invitar a los demás a ser distintos.

Tags relacionados