Culpa y perdón, dolor y liberación
Se ha de reconocer que todo acto humano es libre y regularmente busca el bien. Los duplos: culpa y perdón, dolor y liberación forman parte de la condición humana; una gestión saludable de ellas beneficia al individuo, al grupo y a la institución. Igualmente, su manejo deficitario generaría grandes y graves consecuencias.
La palabra perdón proviene del latín “per-donare” (don, donar, donación). Es un regalo liberador par sí mismo y para los demás. Perdonar no es justificar ni olvidar ni obligar; no es un acto de debilidad, superioridad o tolerancia con el mal.
El perdón no es un acto forzoso, sino libre y liberador que dignifica al ofensor y al ofendido. En tal sentido, sostiene el psiquiatra español Manuel Villegas, que “perdonar es un proceso de duelo que supone una renuncia a la: rabia, venganza, victimización, deuda, resarcimiento, resentimiento o culpa”.
Perdonar es una decisión que presume un proceso: reconocimiento del daño, separar la ofensa del ofensor, decidir si quiero perdonar y renunciar a la venganza, arrepentimiento, conversión del corazón, y la manifestación expresa de perdón. Además, hay cuatro actitudes morales que nos disponen al perdón: el amor, la comprensión, la generosidad y la humildad.
Innegablemente, el perdón es la mejor terapia: es gratuita, no tiene efectos secundarios y libera del pasado, fortalece el presente y abre al futuro.
Por otro lado, la culpa es una experiencia misteriosa de la que ni siquiera la persona sana se libra. Asimismo, la culpa hace alusión a la transgresión; conjuntamente, puede estar vinculada a lo legal o social (delito), a lo moral o religioso (pecado), o a lo psicológico (sentimiento, intencionalidad). La culpa puede verificarse en diversos ámbitos: moral (abandonar a los hijos), legal (fraude fiscal), existencial (no debería haber nacido) o neurótica (culpa de superviviente).
La conciencia de toda persona le grita continuamente lo que debería ser y hacer, sobre todo cuando no vive a la altura de mí misma. Sabe que debe evitar el mal; que puede ser mejor, pero experimenta “algo” que le conduce a actuar mal. Así lo reconocía san Pablo en la carta a los Romanos 7,9: “No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero”. Lo más fácil sería vivir huyendo de uno mismo; justificándose de mil maneras, culpabilizando siempre a los demás, quitando importancia a los propios pecados, errores e injusticias y eludiendo la propia responsabilidad.
Así como las personas están llamadas a liberarse de la culpa y del dolor, también a las instituciones. En tal sentido, es preciso destacar el esfuerzo de Jesús por curar la religión, liberándola de tantos comportamientos patológicos de raíz devocional (legalismo, hipocresía, rigorismo, culto vacío de justicia y de amor). Jesús fue un gran curador de la religión: libera de miedos religiosos y no los introduce; hace crecer la libertad y no la servidumbre; atrae hacia el amor de Dios y no hacia la ley; despierta la compasión y no el resentimiento.
¡Perdona y te liberarás de la culpa y del dolor!