Reminiscencias
La serie de la victoria del año 45 del siglo pasado
Loro Escalante, nada que envidiarle a Ohtani
Macorís, mi querido pueblo, fue invitado por La Vega para asistir a los dos últimos juegos de aquella Serie memorable. Se hizo una invitación generalizada al pueblo porque iríamos en un tren especialmente contratado para el viaje de buena voluntad en ocasión de la gran victoria de los Aliados contra los Nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Tenía apenas catorce años de edad, pero era muy precoz y estaba siempre en primera fila del entusiasmo; ya comenzaba a destacar en la pelota de nivel Primario y mi ídolo era Ventura, Loro Escalante, pitcher excepcionalmente efectivo, capaz de lanzar en la mañana un primor y en la tarde ser cuarto bate y centerfield, deslumbrando con su estilo múltiple inimitable.
No tengo que decir que estaba en favor de La Vega frente a Santiago; todo, porque era un admirador furibundo del inolvidable Loro.
Llegamos, luego de un viaje encantador en el viejo tren, y fuimos recibidos por autoridades y pueblo.
Cuando íbamos caminando hacia el play, venía también el Loro, a pie y uniformado, junto a otros compañeros del equipo y me adelanté para saludarle.
Se sorprendió con mis palabras y me respondió: “No te preocupes, tú vas a ser mejor que yo como pitcher, pero no creo que lo puedas ser como bateador; iré a ayudar a los muchachos de tu equipo de la Escuela El Salvador.”
Para mí la sonrisa del Loro se me hizo indeleble y lo seguí oyendo por la radio y leyendo en los periódicos de todas sus hazañas.
Hoy, cuando me entero de lo que es Shohei Ohtani de Los Ángeles, asombro del baseball del mundo, se me agolparon los recuerdos del Loro y me atrevo a decir que fue tan espectacular como el brillante jugador japonés.
Siento un reclamo espiritual, quizás vano, pero creo mi deber plantear: ¿Por qué no se ha podido poner su nombre en alguno de los Estadios existentes? ¿No sería justo hacerlo ahora, pese a que ha sido tanto el tiempo con que ha contado el olvido inclemente?
Sería necesario ilustrar, naturalmente, a las nuevas generaciones sobre el valor de aquella joya del deporte.
Loro cayó en el avión tumba de Río Verde junto a estrellas jóvenes indescriptibles y algunos de sus viejos compañeros de proezas, aquella tarde triste de Enero del año 1948. Fue inmenso el duelo del pueblo y vi llorar, mientras lloraba, a la gente en la calle y tengo que sobreponerme para recordar aquellas nieblas del pesar nacional sólo vencido por el olvido.
Me basta para hacer la propuesta del recate de Ventura, Loro, Escalante. Si así se hiciere, por milagro, habría que preceder el gesto por una difusión apropiada de sus hazañas a fin de justificar el homenaje y sus merecimientos.
Se enaltecería la historia del deporte nuestro como una manera de levantar, aún más, nuestra bandera de Nación con sentimientos altos y fuertes, que mucho vamos a necesitar en medio de estas otras nieblas, peores que las de Río Verde.
El poeta insigne, azuano, Héctor J. Díaz, escribió unos versos hermosísimos que he perdido y sólo recuerdo uno muy breve: “Y Santiago no quiso ser tumba y fue pañuelo blanco que se mecía para decirle adiós a sus hijos en la lejanía.”
Asimismo, no recuerdo quién escribió el epitafio en la tumba del Cementerio 30 de Marzo de la ciudad corazón, y sólo acierto a retener aquello tan tierno y verdadero: “Y otra vez fracasó la primavera”.
Ambos testimonios del dolor se referían, el primero, al sobrevuelo de dos aviones de la legendaria Dominicana de Aviación, cargados de seres buenos que no pudieron pisar tierra por la oscuridad y la falta de medios tecnológicos de entonces, prosiguiendo hasta Santo Domingo después de haber jugado todo el día en la entrañable Barahona. El Epitafio, desde luego, para perpetuar la aflicción por las pérdidas de los que cayeran en Río Verde.
Ahí podrían estar mis cimientos profundos como punto de partida para la comprensión de mi ruego. Esa sería una forma de reclamar el prestigio de la alcurnia como alto mérito a conservar; sería del pueblo el honor de haberlos tenido como hijos prodigiosos, junto al Loro, al ser honrado éste poniendo su nombre en otro estadio soñado por mí.
Sólo la maldición de los prejuicios impidió que él, como Horacio y Tetelo, jugaran en la Gran Carpa. Sin embargo, supieron hacerlo en otros escenarios no menos brillantes que el cerrado y odioso KN del color de la piel.
Tenemos a nuestro Marichal y a los magníficos ases nuevos del Salón de la Fama, así como un Javier, perpetuados. Tenemos, además, otros vivos como Felipe, Mateo y Jesús, ya idos, y sería mucho el espacio ganado en el reconocimiento que ellos todos han logrado como un Cuerpo Diplomático que nos hiciera conocer y respetar en el mundo.
Sus nombres deben ir a las tarjas conforme pienso para todos los Estadios existentes. El Loro, a la cabeza, claro está, según me señala la devoción de siempre.
Lo recuerdo: Cuatro lanzamientos imbateables; velocidad y movimientos imprevisibles; elegancia que los albergaba a todos cuando giraba de tal modo la pierna izquierda que mostraba el número de sus espaldas hacia el home. La casa de su gloria por la mañana lanzando y por la tarde como bateador temible.
Tal es mi reminiscente ruego.