Estado de inanición y de autofagia haitiana
“La lechuza de Minerva solo levanta el vuelo al anochecer”.
Hegel
Termina el primer trimestre del año 2024 y, a pesar de su concepción formal, el Comité de Transición Presidencial en Haití aún no sale de su propia indeterminación.
Entretanto, especialistas de un país extranjero comienzan a entrenar militares del Gran Caribe para intervenir eventualmente en ese país y, en toda la región circundante, se anticipan, tanto derramamiento de sangre, como oleadas de emigrantes indeseados.
Todo lo cual recapitula que, en Haití, los acuerdos parecen ser inalcanzables, inobservables o infecundos.
Quién sabe si -con tantos lugartenientes indignos de las mejores aspiraciones de la población e ideales del heroico país recién salido de su histórica insurrección-, dio origen al rompecabezas político que, en la actualidad histórica, se encuentra en estado de gravedad.
Algo así de paradójico, como que la independencia no le trajera otra justicia que no fuera eliminar formalmente de su entorno la palabra colonial, -pero sin por ello adentrarse por fin en una sociedad siempre mejor.
Resulta ser que Haití está en el hemisferio americano, pero no por ello es parte integral del mundo occidental.
A mi entender, ningún auxilio mejor para discernir su situación omnipresente -en todas las relaciones sociales que cobija- que la intuición del verbo poético, artístico, para el caso, de Jhak Valcourt:
“-¿Sabes?, le dije a Gregorio, hay algo en el ayitiano que por mucho que lo estudio, por mucho que le doy vueltas, no logro comprenderlo todavía.
-¿Qué es?, quiso saber, con un brillo en los ojos.
-La autodestrucción, le dije”.
Así, pues, lejos del mejor de los mundos posibles de Leibniz, o incluso del infierno de Dante, el real descalabro haitiano apela hoy por hoy a clarinadas dispares a la vista de quienes quieran ver.
Y, ¡qué se sepa!, ninguna atiende esa variable de la autodestrucción; no obstante que una de ellas o alguna variable mejor, será impuesta como remedio -ineficaz- “en el largo plazo”, a propósito del cual un célebre economista asumió que “todos estaremos muertos”:
- Oímos y leemos cada día del por ahora disfrazado expediente foráneo de una misión pacificadora. Probablemente ejecutada a sangre y fuego, está destinada a conseguir que los actuales dolientes de la población haitiana, además de esta, adviertan de lejos que -llegada a su término- vuelven a quedar entrampados en una nueva oleada de cólera colectiva;
- También se rumorea, en última instancia, la eventualidad de dejar a Haití a los haitianos, en la inopia de su actual abandono internacional, de modo tal que finalmente, con sangre y con fuego, se imponga en el terreno de los grupos armados el más fuerte, así como de quienes lo sostienen tras bambalinas, a la espera de que el bando ganador reciba de manos foráneas la copa de los vencedores;
- Más esforzados en la búsqueda de soluciones visionarias al doblar la esquina, quién o quiénes conscientes del cuño singapurense interrogan si ha llegado la ocasión de buscarle no un arcaico tirano griego, sino un déspota benévolo al sufrido pueblo haitiano.
Y, ni mejor ni peor, aunque con cierta posibilidad de adaptación al entorno internacional, una última versión:
- Determinar un estatus de protectorado, no obstante su raigambre neocolonial, puesto que la pretendida celebración de meras elecciones formales no son suficientes, ni representativas del buen funcionamiento en Haití de una sociedad de ciudadanos libres, institucionalizada a la hechura de la democracia occidental.
La falacia subyacente a todas las alternativas es la misma. Llega de voces autorizadas y con autoridad moral, en y desde suelo haitiano.
Allá no tienen muchas razones para confiar en la comunidad internacional. Ni para levantar manos vencedoras, ni para dictarle normas de derecho internacional, ni pautas econométricas y ni siquiera para soportar gobernantes benévolos y, aún menos, para ocupar, invadir y quién sabe si expoliar o explotar recursos naturales de su territorio.
En tal panorama de desconfianza generalizada, queda atrás el realismo poco mágico de la historia republicana haitiana. Llega la hora en la que, desde ella, tenga que ser encarado el incierto porvenir.
Si bien el futuro no está escrito, al menos sabemos que depende, en y para Haití, de que finalmente afronte su propia desintegración. Eso implica asumir las consecuencias del singular proceso de autofagia cultural por el que atraviesa la República de Haití.
Así como la autofagia biológica es esencial -cuantas veces la célula tiene hambre o necesita energía; y, sin ella, morirían, pues no pueden sobrevivir sin nutrientes-, por analogía, en términos culturales, por dramático que sea en la historia humana, se requiere del proceso de autofagia cultural que renueve sus propios liderazgos y suprima su desinstitucionalización e impotencia nacional.
El atolladero propio a la actualidad histórica haitiana no solo es coyuntural, consecuencia del magnicidio del Jovenel Moïse. Está inscrito en sus tuétanos. Pero como todo lo histórico, comienza un día y termina otro. Hoy será el día en el que, aquí y ahora, ese irreal ‘Nosotros’ haitiano desaparezca.
Cierto, ha permanecido imperceptible en el desarrollo institucional de su propia sociedad. Sin embargo, no por eso ha de dejar, por fin, de ser percibido por los mismos afectados como el falso ‘Yo’ de consciente de sí mismos, en tanto que reconvertidos en sus propios amos y señores, y autoinfligidos en estos últimos tiempos entre sí mismos.
A partir de ese instante, la gran mayoría del conglomerado social haitiano podrá reconocer y legitimar el logro histórico de quienes, siendo en verdad libre de toda atadura social, sean capaces de aunar y consensuar en el terruño patrio voluntades y mejores ideales, debido a su propio esfuerzo institucional de autofagia.
Este ha sido -hablando metafóricamente- capaz de finiquitar las divisiones, pugnas y contrariedades que los sumen en ese rompecabezas político de historia republicana, repleta como está de intrigas seculares de poder y de pretendidas rebatiñas estériles, en su gran mayoría, tan cruentas, como ostentosas y pasajeras.
He ahí, conforme a mi entrometido y simple discernir, el verdadero desafío. No solo es el del pretendido Comité de Transición en ciernes, con sus traspiés ya evidenciados, sino -al finalizar la jornada del pasado día 7 de Haití y de toda su población-, la de los clásicos idos de marzo.
Por supuesto, en la tradición popular del April´s fool estadounidense, aplaudido por sus acólitos y admiradores, lo dicho hasta aquí ha de parecer de poco gusto y merecedor de peor destino.
Puesta la realidad en contexto, no queda más que esperar, contra toda esperanza, que el aglomerado social haitiano supere su inanición, y que el violento y desorganizado proceso de autofagia cultural dé frutos de un más estable e institucionalizado estado de cosas en la República de Haití.
En su defecto, dicho sea por último, no solo la caída y desaparición de ella, sino la consecuente oleada de emigrantes haitianos, trastornarán cuanta nación y archipiélago isleño -en la ampliada Cuenca del Caribe y allende los mares- ya las anticipa y rehúsa.
El autor es Antropólogo y filósofo, coordinador de la Unidad de Estudios de Haití, UEH, y director del Centro de Estudios Económicos y Sociales, P. José Luis Alemán, SJ, de la PUCMM.