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Jesús: saberes, ciencias y verdad

Quienes han comprobado la inexistencia de poesía, belleza o grandeza en la ruindad factible o en los ciclos de lo perennemente igual y previsible, la Semana Santa es oportunidad para validar ese espíritu romántico perpetuado en los humanos desde sus orígenes o creación; esas sed y hambruna interiores que impulsan a avanzar más allá de los determinantes: a buscar razones para ser, destino alto y figurado desde alguna imaginación para, “fantaseando”, rediseña la vida propia y el mundo, reconstruyéndolos, haciéndolos habitables, menos instintivos o virginales.

Dos fuerzas han construido la humanidad, apartando a esta especie de sus albores instintivos y depredadores. Una es la Filosofía, entendida como razonamiento progresivo sobre el Ser aspirado; por consiguiente: disciplina constructora del ente socio-ético participante de y perteneciente a conglomerados en los que encuentra sentido y utilidad.

El otro es la religión: Filosofía teleológica. Explica la existencia como resultado místico y deísta, trascendente; de entidades suprahumanas exigentes de vocación y veneración; que más allá de éticas y leyes norman lo aspiracional y conductual.

Extrañamente, como la religión exige la fe como condición, se la ha creído divorciada de saberes y ciencias. Sin embargo, ¿es así?

Más que en la ignorancia, lo místico-religioso sobrevive —incluso en los radicales dominios del ateísmo científico— porque persisten esas urgencias que sólo la fe satisface como fuerza interior e “irracional” responsable de preservar la vida. En nuestro artículo anterior, “Pathos ético y conducta social: ¿buenos o malos por siempre?”, postulamos que está herreteada en nuestros cimientos fisiológicos como definición. ¿Su razón última? Garantizar la evolución genética, preservar el Ser.

Dos argumentos sobre este anclaje de lo metódico al ámbito cristiano-católico: a) el primer mandamiento, en Génesis 1:28-30. No lo consignan las tablas de Moisés. Este afirmó: Dios habló directamente al hombre, responsabilizándolo de procrear y dominar el paraíso legado para su felicidad. Consiente el poder de colonizar, lo exige. Su manifestación poética y sublime es la odisea de Odiseo alrededor del Mediterráneo y —quizás, no está documentado— más allá.

Sojuzgar y señorear es aprehender. Obligación y voluntad por saber que impulsan a los humanos hacia el cosmos: a las fronteras del sistema solar y, por los telescopios, tras los restos del “Big Bang”, teóricamente formulado. Desde ellos se regresa con informaciones e imágenes fabulosas y, también, con preguntas y misterios más provocadores.

b) El otro momento lo protagoniza Jesús. Una escultura de Andrea Borrochio (1467), en la Iglesia Orsanmichele (Florencia, Italia) ilustra el consentimiento cristiano hacia el saber, validando la forma de adquirirlo: la investigación-comprobación. Descartes la incluiría como “momento epifánico”: cuando la verdad oculta es revelada en premio —no castigo— por dudar. Jesús acepta a Tomás, el acucioso (Juan 20:24-29). No abjuró de él por dudar. Sabiéndose verdad inaprehensible, lo invitó a comprobar: “Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado. No seas incrédulo; ¡crée!”. Sí, después de comprobar. Aunque sabemos: “¡Dichosos los que creen sin haber visto!”.

¿Y por qué? No sufren la tortura que causa buscar la verdad. Jesús es fuerza humanizadora vital: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:16).  

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