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Pathos ético y conducta social: ¿buenos o malos por siempre?

Cuando los machos de alto estatus se establecen, tienden a conservar más recursos para sí mismos. EAGLY y WOOD, 1999.

Proponiendo un modelo Empatía-Generosidad-Castigo que revelara “la importancia de los sentimientos morales en la producción de conductas prosociales”, Paul Zak (departamento de Economía de la Universidad de Graduados de Claremont, California, USA), recordó, en el 2011, aquella teoría de Adam Smith del 1759 que derivaba la conducta ética del «pathos ético».

Entonces postuló un circuito responsable de producir prosocialidad, denominándolo HOME (empatía mediada por oxitocina humana), como la base fisiológica del pathos ético de Smith y propuso el modelo Empatía-Generosidad-Castigo para aprehender cómo HOME afectaba las decisiones propias y ajenas en entorno irrepetibles, probándolo mediante tres experimentos de neuroeconomía en los que utilizó drogas para incrementar o disminuir las “conductas prosociales”, con miras a aplicarlas en “las políticas de salud y bienestar, el diseño organizaciones e institucional, el desarrollo económico y en la felicidad”.

Trece años después —13 de marzo, 2024— “Tendencias en Neurociencias” publica una investigación de Albrecht Stroh y Cols analizando el rol de la denominada «Red egoísta» en el estado de salud-enfermedad dependiente de las redes neuronales, estableciendo de inicio que estas “poseen la capacidad de regular sus estados de actividad en respuesta a perturbaciones”. Es decir que un mecanismo fisiológico ajeno a la voluntad determinará las conductas individuales, incluso a costa de la afectación neuronal. Lo dice con estas palabras: “…proponemos que las redes neuronales mantienen intrínsecamente la estabilidad de la red incluso a costa de la pérdida neuronal”. Entonces, desde la base de la fisiología humana, el sistema es más importante que sus componentes y, en el caso de estas redes, es preferible que algunas neuronas resulten dañadas a que el sistema y su funcionalidad sean afectados.

En consecuencia, advierten estos autores: “…a pesar de que el nuevo estado estable es potencialmente desadaptativo, es posible que las redes neuronales no regresen a estados asociados con mejores resultados a largo plazo”. Tales estados, afirman, “suelen estar asociados a neuronas hiperactivas”, punto inicial de la “neurodegeneración dependiente de la actividad”.

Observando que los avances tecnológicos permiten detectar muchas enfermedades neurológicas antes de que aparezcan los cambios fenotípicos que las definen, posibilitando identificar “cambios sutiles en la dinámica espaciotemporal de la función de la red neuronal en modelos animales y humanos”, estos autores proponen que “los cambios tempranos en la actividad de la red constituyen el primer paso importante en la transición de un estado saludable a uno de enfermedad”, destacando que tales cambios “no necesariamente se rigen por el objetivo de preservar la función a largo plazo” sino por “lograr un estado temporalmente estable”, perspectiva afín a la denominada “red egoísta”, conceptuada como “principio rector del comportamiento de la red” según el cual estas “apuntan a obtener estados estables de funcionamiento de la red, independientemente de la supervivencia a largo plazo” de sus elementos, las neuronas. Un “individualismo” similar es postulado por la teoría del “gen egoísta”: según Clinton Richard Darkins (Universidad de Oxford) postuló en su obra “The Selfish Gene” de 1976, esas “unidades informativas heredables” son las responsables de la evolución y a su supervivencia quedan supeditados los órganos, considerados como simples “máquinas de supervivencia para los genes”.