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SIN PAÑOS TIBIOS

A reforestar, señor Presidente

En los años setenta empezaron a decir que las guerras del futuro serían por el agua y, a raíz de la Conferencia de Rio de 1992, el tema ambiental adquirió relevancia y la humanidad asumió un mayor nivel de conciencia en torno a los desafíos ambientales globales, y todos los países -algunos más, otros menos- se mueven en esa dirección. Mientras el planeta se calienta, los modelos climatológicos pierden fiabilidad, las precipitaciones aumentan y las sequías son más fuertes; nosotros aquí, en una isla compartida entre dos naciones dispares y distintas, tenemos retos aún mayores por delante. La deforestación cuasi total de Haití impone tensiones adicionales a nuestros recursos naturales. Sin ir más lejos, el conflicto en torno al canal –acaecido en septiembre pasado– es, esencialmente, un problema hídrico… y también un aviso de los problemas por venir. Frente a esa realidad, en lo que gobiernos, industria, ciudadanía, ambientalistas, etc., se ponen de acuerdo, queda sobre la mesa una certidumbre axiomática: reforestar siempre será una buena medida no sólo por el aumento de la cobertura boscosa y el incremento de los servicios ecosistémicos que el bosque brinda, sino también, porque al hacerlo, alargamos la vida útil de los embalses de nuestras presas, vitales para nuestras supervivencia, en tanto reservorios de agua para consumo humano.

Sin duda, una de las decisiones más valientes y trascedentes de los 22 años de gobierno de Balaguer fue el cierre de los aserraderos; desde ese entonces, con altas y bajas, todos los presidentes han aportado su cuota en el incremento de la cobertura boscosa por medio de planes de reforestación. Siempre serán mejorables los enfoques participativos, el involucramiento comunitario, la metodología, la eficiencia de las brigadas, la necesidad de más recursos, la calidad del material genético que distribuyen los viveros y, sobre todo, el seguimiento y monitoreo a posteriori; pero, aún así, quedan millones de plantas sembradas; quedan competencias locales; queda un saber hacer que está ahí, esperando ser utilizado a plena capacidad. A inicios de su segundo gobierno, en 2004, Fernández anunció que sembraría 30 millones de árboles anuales; Medina señaló en febrero de 2020 que había sembrado 57 millones de árboles en proyectos agrícolas y forestales; y Abinader señaló el 12 de marzo que, a febrero de 2024, había sembrado 24.2 millones de arboles y que la cobertura boscosa del país era de 44.03%. Ante esos datos, se impone el desafío de la realidad: nuestros recursos forestales están siendo sometidos a mucha presión y los planes ordinarios –preventivos y reactivos– resultan insuficientes frente a los problemas extraordinarios.

Más allá de la planificación y los recursos humanos disponibles, urge, señor presidente, aplicar medidas de choque, que respondan a todos los pendientes acumulados por décadas. Urge, señor presidente, ejecutar un plan masivo de reforestación que involucre FFAA, policía, funcionariado público, sistema educativo y voluntariado.

Frente al cambio climático, diseñar, financiar e implementar un plan masivo de reforestación, señor presidente, es la única garantía de supervivencia de la nación dominicana, y acaso también, su mayor legado.