12,500 pesos
Cuando a Pablo Soto lo chocaron le quitaron la cartera y los zapatos que recién estrenaba ese día.
Mientras manejaba su motor, nuestro protagonista no se dio cuenta de que un chófer de carro público iba a toda prisa detrás de él en su búsqueda por pasajeros.
El golpe fue seco: ¡PO! Y su caída instantánea.
El impacto hizo que Pablo perdiera el conocimiento por unos minutos.
El carro público desapareció y dejó a Pablo tirado en el piso.
Un grupo de gente fue hacia dónde se encontraba el hombre. Un señor que vendía frutas levantó el motor de Pablo del suelo y lo puso en sitio seguro. Una mujer pidió a unos chicos que llamaran al 911. Pero entre los samaritanos que llegaban, también había ladrones.
Los que primero asistieron a Pablo. Quienes, entre el tumulto de curiosos aprovecharon la confusión y se fueron con su cartera y sus zapatos. Dejando a nuestro protagonista a su suerte, con un gran dolor en el tobillo que quedó medio dislocado.
Aun así, queridos negritos, Pablo se sintió afortunado. No tanto porque su accidente no fuera tan grave. Ni porque su motor quedara casi intacto. Ni siquiera por estar vivo. Sino porque entre sus pantaloncillos sentía el paquetico con los 12,500 pesos que le pagaron de un trabajo de herrería que había terminado hacía algunas semanas.
Los 12,500 pesos que le entregaron ese mismo lunes. Intactos para enviarselos a su mamá que los necesitaba para comprar medicinas que aliviarían un poco el cáncer que le comía los huesos.
¡Pablo nunca tuvo tanta suerte!