enfoque
La trampa en el espíritu nacional
El engaño nos llegó en las carabelas. Las capitulaciones de Santa Fe terminaron burladas por la propia Corona, primer desafío a un aforismo vertebral en la vida de los contratantes: pacta sunt servanda; esto es, los pactos han de ser cumplidos.
Colón vendrá a menos, pasando del grado de Almirante de la Mar Océana, virrey y gobernador de las tierras conquistadas, a una suerte de insignificante grumete reducido a prisión, encadenado y regresado a la metrópoli, donde le aguardarán unos instantes de gloria que apenas alcanzarán para acomodar su muerte.
No fue el canje de abalorios por oro la mayor simbología del engaño de los conquistadores, sino el pérfido homenaje venido del “cielo” como agasajo al bravo cacique Caonabo.
Ojeda, astuto perro de caza de la conquista, llevará el tributo al sublevado, quien lo recibirá, sin advertir el ardid: dos grilletes que el propio Caonabo colocará en sus piernas. Quedará inmovilizado, poniendo fin a su alma indómita tras ser viciado miserablemente su consentimiento.
Desde entonces nos acompañará la trampa, el truco, el ideal protervo, en las más impensadas acciones de nuestra cotidianidad.
Es así como Bosch nos educa sobre la mala práctica defendida en su día por los apicultores que colocaban piedras en los panales de miel a fin de alterar el resultado del pesaje previo a la exportación, quizás para contrarrestar la alteración de las balanzas, una costumbre que se traslada hasta nuestros días.
El fraude se apoderó igual del negocio del café, tanto a la hora del pesaje como en ocasión de su molienda, momento en que sería adulterado al añadírsele polvo venido fundamentalmente de la arveja.
El ordeño y venta directa de la leche vacuna sirvió de sustento a muchas de nuestras familias. La intermediación trajo consigo la alteración de su volumen; la magia se debe al agua. De ahí que llegara a hablarse de la leche bautizada. Esta maniobra alcanzó su clímax con la entrada al mercado del suero, que lastimará severamente a la merienda escolar. Otra ofensa llegará con la distribución de “jugos y néctares” avecindados al veneno, con cierta agua embotellada saltándose toda regla de potabilidad y con el uso criminal del bromato de potasio para falsear el volumen del pan.
A esta cadena de trampas se suma el sacrificio de perros, cuya carne será vendida como manjar de chivo. Igual, el sacrificio de burros que alguna vez espantó a la sociedad tras descubrirse que era destinado a cierta industria cárnica; o el pollo, al que se inyecta agua en demasía para luego congelarlo y hacerlo ganar un peso que nunca tuvo.
La historia de la trampa nos habla de combustibles adulterados, despachos incompletos, facturas eléctricas, que por abusivas son falsas. Y para colmo, “fórmulas” electorales mendaces juradas como solución al precio abusivo de los carburantes.
No se olvida el tráfico de prendas “preciosas” que enmohecieron para denunciar el crimen. La estafa que podría suponer la inversión piramidal y los anecdóticos reclamos sucesorales.
Documentos de toda naturaleza han sido fraudulentamente expedidos y utilizados, ora para reducir la edad de un prospecto, ora para otorgar falsamente licencia, calidad o profesión jamás obtenidas; de ahí el tráfico de calificaciones y certificados académicos.
En el ámbito de la salud la historia es larga, pero quedémonos con la barbarie a que nos somete el exitoso mercado de “medicamentos” con propiedades y posologías falsas, sin que nos saltemos los folclóricos preparados y pociones mágicos con efectos “curativos” sobre un abanico de inimaginables enfermedades.
Que no se olvide jamás la trampa que nos habla del saneamiento inmobiliario fraudulento, de los derechos superpuestos, o bien, del testimonio procaz que invade los anales judiciales.
Típica es la comercialización como auténticas de replicadas piezas precolombinas, líticas básicamente, enterradas y bañadas con un menjurje de agua de cáscara de plátano y otros elementos que precipitan su oxidación. Las técnicas de autenticación no paran de revelar la falsedad.
El voto censitario marcará y manchará un tramo de nuestra vida republicana; la universalización del sufragio traerá consigo el ensanchamiento de la trampa electoral: sustracción y quema de urnas, alteración de actas, compra física del voto, compra —en su día— del registro electoral y la perpetuación como insalvable vergüenza de la compra de cédulas de identidad y electoral. Partilugios estos obrados por la canalla política para suprimir la voluntad del elector.
Resulta sintomático ver desde el pretorio, el púlpito o las barras del congreso a oradores provistos de cierta fe mentir descaradamente, falsear hechos y cuentas sin que medie inmutación alguna.
Por ahora la lástima, el escarnio, llegan como castigo, mientras se impone la fuerza rectificadora de la historia.