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Consumo de sustancias: ¿Delito o enfermedad?

Contamos con amplia evidencia de que el problema de las adicciones afecta a personas de todas partes del mundo, independientemente de las características sociales y personales que los diferencien. También existe un consenso bastante generalizado de que la adicción es una enfermedad tratable y no un tema de carácter o fuerza de voluntad. A pesar de las pruebas que respaldan ambos puntos, el consumo de drogas continúa siendo tratado principalmente como un delito en la mayoría de las sociedades.

Socialmente, es aceptado utilizar frases como "tiene un vicio” o “es un vicioso" para referirse a la persona dependiente, sustentado en la creencia de que el consumo de una sustancia es un acto puramente voluntario que puede ser detenido en el momento en que se desee. Estas acepciones populares a la enfermedad dan lugar a la creación y mantenimiento de estigmas y prejuicios hacia quienes enfrentan este problema, contribuyendo a las dificultades para recuperarse que suelen estar detrás de una adicción. Incluso en casos donde la enfermedad se arrastra a nivel intergeneracional y ha estado presente en abuelos, padres u otros relacionados con la familia, los afectados siguen siendo juzgados como únicos responsables del sufrimiento que atraviesan, dejando de lado los factores genéticos y del contexto social, que también influyen.

Las investigaciones científicas coinciden en que hay tres elementos esenciales que deben estar presentes para que se desarrolle una adicción: la persona y sus antecedentes; la oportunidad y el nivel de accesibilidad; y el grado adictivo de la sustancia o comportamiento. Además de ser un tema muy complejo que para ser abordado y comprendido adecuadamente debería hacerse desde una perspectiva integral, es a la vez doloroso para todos los involucrados: para la persona que depende de la sustancia ante el sufrimiento e impotencia que le provoca (literalmente, la palabra adicción significa sin dicción, es decir, que no puede expresarse, ya que sus palabras están disociadas de sus sentimientos); amargo para la familia y amigos que no comprenden completamente la situación y, por lo tanto, no saben cómo ayudar adecuadamente, y conflictivo para la sociedad que quiere aportar en la solución pero no sabe bien qué hacer.

Es cierto que cuando la persona con adicción comete un delito, suma una mayor dificultad a la comprensión del problema como una enfermedad en la que debemos apoyar a quien la padece. La delincuencia asociada aumenta el estigma y es precisamente este uno de los mayores obstáculos para la recuperación. Jerome Adams, en un discurso sobre la adicción a los opioides, decía: "El estigma mantiene a la gente en la sombra. El estigma impide que la gente se acerque y pida ayuda".

Para contribuir a la disminución de la crisis del consumo de drogas y las consecuencias asociadas, las políticas sobre drogas tendrán que desmontar la idea de que sin consecuencias penales no hay forma de que las personas dejen el consumo de drogas, porque lejos de ayudar a la recuperación, los encarcelamientos y antecedentes criminales suelen agravar el problema y colocar en mayor riesgo de recaída, según plantea Nora Volkow, directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas del gobierno federal de Estados Unidos. En otro orden, en el año 2016, 193 naciones miembro de la Sesión Especial sobre Drogas de la Asamblea General de las Naciones Unidas votaron unánimemente para reconocer la necesidad de considerar los trastornos por consumo de drogas como problemas de salud pública en vez de castigarlos como delitos penales.

Se requiere mayor esfuerzo en investigación para evaluar e implementar estrategias de reducción de consumo como problema de salud pública. Opciones que han funcionado en otros países, como tribunales para tratamiento de drogas, con sus respectivos programas de rehabilitación, hasta políticas públicas que contemplen mayor discernimiento y evaluación al momento de penalizar el consumo personal de drogas. Es necesario también reformar los centros de rehabilitación que mantienen un enfoque restrictivo y punitivo en el que el enfermo es tratado como un criminal, siendo este, como hemos dicho, un factor que impide la búsqueda de ayuda y una adecuada recuperación. En ese sentido, necesitamos trabajar en la generación de estrategias locales de atención comunitaria donde las personas se puedan acercar a pedir ayuda sin temor. Necesitamos también programas adecuados de reinserción social después de la recuperación que brinden la oportunidad de tener otro estilo de vida libre del estigma de la delincuencia. Se hará necesario también educar en la comprensión del fenómeno como enfermedad, que suele tener recaídas como parte del proceso de recuperación. Finalmente, como sociedad, necesitamos paciencia, empatía, colaboración, creatividad y esperanza en que podemos erradicar esta problemática.

La autora es psicóloga clínica con especialidad en adicciones y docente de la PUCMM

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