ENFOQUE

Los nuevos hunos en la industria del “like”

En la era de la información digital, donde el contenido es rey, la tragedia humana a menudo se convierte en una fuente de renta y sensacionalismo. Es una suerte de amarillismo, que antes se expresaba en la venta de periódicos y revistas a partir de titulares espectaculares, pero que no se sustentan en el relato ofrecido, mientras que ahora busca visualizaciones y “likes” monetizados.

El reciente caso de Paula Santana Escalante, una joven de 23 años violada y asesinada en las instalaciones de una empresa de zona franca, se ha transformado en un fenómeno mediático, donde la línea entre informar y explotar se ha vuelto cada vez más borrosa.

Dediqué un tiempo a ver vídeos sobre la tragedia, que hasta terminar este artículo sumaban en conjunto más de tres millones de visualizaciones, evidenciando un gran interés público y un alto potencial de rentabilidad. Sin embargo, surge la pregunta: ¿Está este interés alimentado por una búsqueda genuina de justicia y verdad o por el morbo y la especulación?

El examen de los formatos, portada, titulación y desarrollo del relato remiten a la explotación de la tragedia personal para el entretenimiento y la monetización, ignorando el respeto fundamental a la dignidad humana. Si lo que he visto fuese periodismo, diría que la ética y los principios deontológicos exigen que la comunicación de asuntos públicos sensibles se maneje con respeto, precisión y responsabilidad.

Pero se trata de creadores de contenido —algunos llamados influencers con sus propios principios, sin ser fundados en el contrato social— que cruzan los límites, utilizando enfoques provocativos y teorías no verificadas para capturar la atención y, obviamente, generar ingresos. Por eso es abundante la diseminación de información no verificada que no contribuye a la comprensión pública ni al bien común en torno a las circunstancias de la tragedia. Por el contrario, invade la privacidad y el espacio de duelo de la familia y amigos de la víctima, algunos de los cuales se dejan llevar por la ola de los “youtubers monetizadores”, sin percatarse de que son simple carnada favoreciendo bolsillos de terceros.

He observado la formación de una suerte de clúster audiovisual, canales encadenados por las mismas versiones, con un aparente intercambio de cortes de vídeos y hasta noticias falsas, como decir que la empresa donde laboraba Paula fue incendiada o que el jefe de la víctima solía golpearla, sin más evidencia de la afirmación categórica y osada de quien busca confundir. Creo que estoy fuera de época y anclado en lo que aprendí en la universidad sobre el abordaje de tragedias desde el ejercicio de informador público: Priorizar la dignidad y privacidad de las víctimas y sus familias, verificar toda la información antes de publicarla, evitar el sensacionalismo, contextualizar adecuadamente la información para fomentar la comprensión y no la desinformación, así como promover la conciencia y el respeto, evitando convertir el dolor humano en espectáculo.

Un elemento particularmente alarmante en la cobertura del caso de Paula por los youtubers ha sido la detección de mensajes en publicaciones que incitan a la violencia y la invasión de propiedad privada. Llamados a “saltar el muro del parque industrial” para protestar reflejan una peligrosa inclinación hacia la acción ilegal y la desestabilización del orden público. Este tipo de retórica no sólo es irresponsable, sino que también pone en riesgo la seguridad de las personas y socava los principios del estado de derecho.

Asimismo, sobresale un clamor por justicia inmediata que, aunque comprensible desde el dolor y la indignación, no debe confundirse con la justicia formal. La demanda de identificar más culpables o la petición de clausura de la empresa —que ha recibido sanción correctiva del Ministerio de Trabajo— contribuye a una atmósfera de caza de brujas que puede socavar el proceso judicial legítimo y, peor aún, perjudicar a inocentes.

Acepto que pido peras al olmo al invitar a “los industriales de los likes y la monetización” a respetar la autoridad de las instituciones judiciales y permitir que el proceso se desarrolle según la ley. Yo podría estar hablando sandeces al decir que la presión mediática no debe convertirse en un factor que desvíe o comprometa la investigación de un caso tan triste y estremecedor. La horda digital con sus Atilas -los nuevos hunos- todo lo envilece.

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