Reminiscencias
El faro del abuelo
El abuelo suele ser menospreciado por los progres considerándole como ancla paralizante del conocimiento de “los nuevos tiempos”. Una fijación del atraso, porque puede conducir al sujeto cuando envejezca, a pretender reproducir sus recuerdos de infancia y sus antiguas enseñanzas-.
Es ésta una parte del coro de falacias de los vanidosos cultos que han llegado a creer sus propias maquinaciones contra la eterna condición humana en proceso de descomposición por obra del equívoco mayor de considerar el tiempo nuevo como el mejor, sólo por ser nuevo.
Lo mucho que tiene de peor lo quieren ocultar con las luces de la ciencia y la tecnología y no hacer comparación de sus miserias morales con las cosas del pasado; cómo sucedieron, las luchas inmensas por lograr las buenas y abatir las malas; que no hable el banco de datos del abuelo, generoso testigo, que advierte al imberbe de escollos y trampas del camino.
El Viejo, sentado a la sombra del árbol prodigioso de la experiencia, sin maldad alguna, debe ser oído.
Recordar, para los progres, es pecado capital que hunde en el ridículo la añoranza. Cada quien que crea lo que le plazca; no es mi caso, pues agradezco el provecho que me legara del abuelo casi al ver la luz, como ocurre con los huérfanos.
Perdí al padre al nacer y no nos conocimos; la barca maravillosa de la madre, cargada de huérfanos, se refugió en el puerto magnífico del hogar del Viejo y, en verdad, lo que aprendí de él en mis primeros quince años, cuando muriera un doce de marzo hace setenta y ocho años, sigue siendo mi buena mina abierta de advertencias..
Por ello lo recuerdo agradecido al navegar mares de traiciones y bajezas sin prescindir de cuanto me enseñara para la vida apoyándose en su condición de actor y testigo sobresaliente de sucesos acaecidos en el primer tercio del siglo pasado.
Unidos lo primos y combatientes, hijos de tres hermanos, cuyas virtudes conocí de sus labios, aprendí lo desastroso que resulta el odio rencoroso de la envidia que pudo separar a dos grandes líderes, siendo el abuelo el mejor testigo sin tomar partido, al recordar sus tragedias respectivas.
Es, pues, mi empeño de hoy, no sólo recordar, sino seguir la tarea de responder a mi condición de abuelo y aconsejar a todos; que sólo lamenta no tener más vida para los biznietos angelicales que le llegan.
Esa es la fortaleza profunda de la familia sólida, no disgregada en alienantes entretenimientos de progres, que tanto desprecian al abuelo como tutor primario interesante para los pueblos.
La madre de madres que es la Patria, nos la disuelven estos adánicos porque presumen que con sus vacuencias aprendidas de agendas extranjeras lograrán minarla para desaparecerla, a fuerza de llamarse “avanzados” a sí mismos, por no ser viejos.
Vivan los abuelos y bisabuelos míos que me inspiraron para luchar en las brasas de la política y luego dedicarme a conservar los viejos árboles sembrados en su campo, manteniéndolos como la hermosa heredad de hoy.
Quiero traer, además, una reminiscencia de algo más reciente. En un almuerzo ofrecido a un importante Jefe de FBI en el gobierno de Leonel Fernández, el señor Robert Mueller, se trataba la cuestión delicada del narcotráfico en el Caribe y en la sobremesa tuve un intercambio de impresiones con él acerca de la investigación criminal moderna. Aludí a los juicios notables de su país, mencionando a su penalista mejor de todos tiempos, Clarence Darrow; el invitado respondió: “Sí, pero ya eso no cuenta; son otros los tiempos”, muy engolado de su suficiencia técnica.
Le repliqué que no lo creía, pues “el talento sigue siendo insepultable; además, el abogado que le menciono, no sólo gozó de la fama que señalo, sino que cuando salió del ejercicio penal asqueado por los pérfidos intereses que le asediaban, pasó a ser Laboralista y ahí alcanzó el prestigio de ser también el mejor”. Asintió al decir: “Es cierto, el talento es el talento.” Tiempo después fue designado Fiscal Especial para investigar al más perseguido de los políticos de norteamérica. Pensé que el notable hombre público, al ver los tumbos desquiciantes de la política de su noble pueblo, pudo recordar la humilde enmienda de aquel abuelo, ya en retiro en un pequeño pueblo, que lo mantienen en torva sospecha de lo peor, cuando lo que ha hecho es luchar por su progreso.
El Abuelo puede ser testigo de ello y le deja el mensaje a los encumbrados progres, no sin antes comentar sensacionales expectativas de la nueva vedette, la inteligencia artificial, que tan sorprendente llega para sustituir el talento propio, liquidar el esfuerzo, al ofrecerle por ejemplo a los abogados un sustituto rápido del anaquel cargado de libros viejos y complicados, amarillentos.
Un esplendoroso premio a la molicie del plagio perverso; ahora todos escribirán en el mismo nivel porque “la humanidad ya tiene quien le escriba”.
Adiós al mérito de la imaginación y el talento, que debe descubrirse por hazaña, como el viaje a Marte, aunque no puedan frenar las guerras; umbrales sombríos de llevar la tierra a ser un gigantesco desierto del espacio como aquél.
En resumidas cuentas, seguirán los desencuentros del saber inmemorial y el supuesto. Mucho cuidado, quien así lo trate tiene patíbulo reservado de escarnio y descrédito.
Que Dios nos ampare, incluidos los recién entrenados semidioses de la tierra. En verdad, la lucha no debe cesar.