POLÍTICA Y CULTURA
¡Todos los días deben ser 27 de febrero!
Todas las horas y los sueños, en el bejucal, en la ríspida cordillera y bajo las luces encandiladas de las villas y los caseríos. Una aparición gráfica de la tierra liberada, de la proclama aquella que incendió la medianoche y fraguó la alborada. Una cita en la Puerta de la Misericordia para llenar de granizadas el cielo lóbrego, la opresión siniestra del yugo y alzar los colores en el misterio de la llama, el palpitar de una nacionalidad en ciernes que urgía una gradación inmortal de Patria. Fue el inicio de una epopeya que no ha cesado en su compromiso histórico. Incubados en el vientre de la historia, en 1844, los dominicanos en su consagración heroica estelar encabezados por Mella, lanzaron el trabucazo y levantaron a los cuatro vientos el surgimiento de la República Dominicana. Duarte, el más generoso, inflexible y radical en su amor a a la Patria nos guía desde entonces. La epopeya rasga el velo ignominioso del invasor haitiano y su vano empeño en borrar las credenciales de una nacionalidad que se batía en señera decisión de ser libres o morir. Ser dominicano no es un accidente histórico, es una sucesión de hechos y categorías sociales que marcaron objetivos supremos, que sostuvieron y sostienen el amor a las raíces, a la identidad como principio de vida e historia.
El pueblo dominicano no se disolverá como proyecto unificador de esencias y destino. Somos una categoría histórica. Nos unen los principios orgánicos de una conciencia social, que se ratificó en las luchas posteriores por consolidar nuestra independencia. Nada es más hermoso que el valor de la libertad, que la identidad sublimada en los colores de la bandera nacional y en su escudo. Defender la Patria cada vez que se atente contra ella, ha sido una puntualidad en tiempo y espacio contra los imperios, contras las fuerzas colonialistas europeas y las pretensiones de invalidar nuestra soberanía patria por las políticas imperiales, frente a cuyas agresiones y violaciones del Derecho Internacional, nuestro pueblo parió luego nuevos arquetipos como en 1863 y como en 1916 y 1965.
Nuestra solidaridad con las causas nobles ha sido un rasgo distintivo de nuestro comportamiento como nación. Amar la Patria y evocar a sus héroes y fundadores, debe ser un mandato cotidiano en las escuelas y en los centros donde quiera que deba defenderse la nacionalidad. El sentido de esa solidaridad, parte de la identidad propia y del acopio de sus sucedáneas cuotas de sacrificio en la lucha por la libertad. Claro que hay fuerzas letales conspirando contra ese destino y esa categoría social de identidad, pero a esa descomposición y degradación ética, fenómeno de decadencia social y espiritual debemos contraponer los valores acuñados, los paradigmas y esencias patrióticas que nos han conformado como pueblo.
La conexión en tiempo datado de la gestión actual de Gobierno del presidente Luis Abinader, ha sido cónsona con ese recorrido de nuestra historia democrática. Su política firme, su defensa de la nacionalidad, su energía y la prontitud con la cual acude frente la comunidad internacional a enfrentar los problemas y ofrecer soluciones, lo definen como un patriota paradigmático, a lo que hay que agregar en medio de la crisis mundial y los agobiantes dramas de la economía mundial, su sobriedad, su defensa del interés nacional y la salvaguarda de la democracia y libertad.