Sarampión: El regreso de una enfermedad prevenible

En las últimas semanas se han incrementado las alertas epidemiológicas sobre la aparición de casos de sarampión a nivel mundial. Si bien en los últimos 5 años los casos de la enfermedad mostraron un incremento, a raíz de la pandemia por COVID-19 el aumento ha sido exponencial. Para citar un ejemplo estadístico reciente, la Organización Mundial de la Salud habla de una elevación de un 64% de los casos confirmados con respecto al 2022, la mayoría de estos en Europa y Norteamérica y en menor cantidad en Centro y Suramérica.

El sarampión es una enfermedad viral que se disemina rápida y fácilmente de persona a persona por partículas respiratorias (si el enfermo respira, tose o estornuda) ocasionando fiebre y erupción de la piel. A diferencia de otros procesos virales el sarampión puede provocar una enfermedad grave, con complicaciones serias o incluso provocar la muerte y no existe un tratamiento específico, solo tratamiento sintomático y de las complicaciones cuando sea posible. Pero a pesar del escenario nefasto que este relato pueda evocar, el sarampión es una enfermedad completamente prevenible mediante la vacunación, estrategia que ha estado disponible a nivel mundial desde hace más de 50 años y que ha demostrado protección segura, eficaz y a bajo costo.

Sabiendo esto, es válido preguntarse por qué estamos en riesgo. Algunas razones de la reaparición de enfermedades que se pensaban controladas varían de un país a otro, pero podríamos citar las siguientes: el surgimiento de grupos antivacunas en los países industrializados; estos grupos han culpado a las vacunas como responsables de provocar enfermedades en auge (autismo, por ejemplo) y se han realizado intensas campañas que poco a poco han calado en el pensamiento y acción de muchas comunidades. Hasta el momento no ha podido demostrarse seriamente una relación causa-efecto de las vacunas con dichas enfermedades, pero eso no ha detenido el rechazo por parte de esos grupos. En los países con economías vulnerables la razón casi siempre se debe al cumplimiento parcial de las normas y protocolos de inmunización que interfieren con una cobertura universal, el seguimiento y los refuerzos pertinentes, lo que promueve y permite que de manera esporádica puedan aparecer brotes y fomenta la incapacidad de control y erradicación de determinadas enfermedades. A partir del 2020, la pandemia de COVID-19 ocasionó interferencias en las actividades de vigilancia e inmunización y esto puso en condición vulnerable a millones de niños frente a todas las enfermedades prevenibles, al no mantenerse al día los esquemas de vacunación. Cualquiera de las razones citadas imposibilita la prevención directa y activa sobre el que se vacuna, así como la inmunidad de grupo o de rebaño donde la protección viene dada ante la presencia de un alto porcentaje de individuos protegidos.

El riesgo es evidente si no se actúa de forma preventiva, un eventual aumento de casos de la enfermedad, secuelas y muertes secundarias, sin mencionar el costo emocional y económico que supone a las familias, a la sociedad y a toda la nación.

Las alertas epidemiológicas que enfrentamos hoy, no solo sobre el sarampión, vienen a recordarnos la importancia que tienen los programas de inmunización contra enfermedades prevenibles y su mantenimiento en el tiempo con la debida supervisión. No podemos olvidar que somos una aldea global, o como decían nuestras abuelas, aquello de que el mundo es un pañuelo. La globalización, con la consecuente disminución de las distancias entre países, hace que la falta de control de ciertas enfermedades en un determinado lugar se transforme en una preocupación y problema para el resto del mundo; existen fronteras geográficas, pero las enfermedades no las conocen ni las respetan, por lo que estamos obligados a no quedar indiferentes ante esta alerta sino a tomar las acciones necesarias, de manera particular, comunitaria y estatal.

La autora es Directora de la Escuela de Medicina UNPHU y Médico Pediatra.

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