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Meditando iras puras y melancolías

Avatar del Marino Vinicio Castillo R

De un gran poeta y bohemio del talento nuestro he contado otras veces un breve episodio de sus geniales ocurrencias. No me inhibo de repetirlo por lo mucho que significa en estos momentos. Ahora les cuento.

Charlaba el poeta con amables contertulios en una mesa de tragos, copas y botellas, cuando un tercer le llama: “¡Tomás, Tomás!, ven que te quiero enterar de algo”. No sin desgano, el poeta se allega y lo oye atento.

Cuando regresa a la mesa, a la movida peña, toma un ajado papel de estraza y escribe ésto como para rendir cuenta:

“El amigo que vino a verme con la noticia se fue asombrado de mi lejanía…

comprendió que ya para mí no hay ni buenas ni malas noticias…”

Cuando supe de ello, aumentó mi admiración por aquel personaje de leyenda, que no conociera. Y ahora, en estos tiempos, se me antoja recordar aquel gesto desencantado de la vida contado como ocurrencia.

Hoy, cuantas veces me llega una nueva noticia de las que nos cercan como pueblo, ya me encojo de hombros y me digo en silencio desde muy adentro: “Para mí sí que hay malas noticias. Ninguna es buena. Y me perdone el poeta en la dimensión en que se encuentre”.

Ahora, debo confesar, que hablo de la Patria acorralada y sus pesares hirvientes; nada me alegra, todo me duele por la suerte triste de ella. Lo demás podría ser bueno y para mí no cuenta, sólo su agonía mi dolor merece. El resto es fiambre y vanidad de éxitos supuestos.

Se trata de un estado de ánimo y sus sentimientos inescrutables de descontento. La desgracia mayor, única de cierto, es la de ella, el resto somos sus hijos pigmeos, incapaces de estremecernos de sus dolores, indolentes contumaces de sus deberes esenciales para con ella. Esa es la ruina mayor de todo intento de alegría.

El día que ya se apresta a llegar para borrarla es mi única pena; mala noticia. Nada sobre ella como luto. El resto, como placeres, que se muera o se arrodille ante su tragedia.

Martí, el inmenso, lo dijo: “La Patria es agonía y deber”. ¡Qué bello pensamiento. Lo honró con su sangre en combate, él que era un guerrero, pero de otros campos de batalla. Quiso hacerlo en el más reconocido de los valientes, la guerra.

El Apóstol se inmolaba, para ser aún más sincero; esos son los ejemplos imperecederos y qué dolorosa y lacerante se torna su ausencia. ¡Cuánto desaliento siento cuando me marcho del valle de lágrimas de esta buena tierra! Parecería que mi alma no está preparada para tan enorme desventura, de ver lo que hoy veo.

Lo que sea, pero lo cierto es que sigo echando de menos a los poetas. Paradójicamente, son ellos los mejores para las grandes advertencias y Martí es la más sublime prueba.

Se hacen ridículos los aspavientos de las bregas inferiores del poder y sus fementidas metas; holgorios bullangueros de necios, ávidos de alcanzarlo y se sabe en esta hora cumbre de sus conductas miserables.

“Patria o sucumbiremos”, debe ser la consigna de acero. Todo lo otro huelga. Y no estoy triste; “En mí no hay lugar para la angustia”, diría otro bardo nuestro. Sólo siento que me rebelo y nunca ésto cuando es por la Patria resulta a destiempo.

Me queda en algún rincón de mi alma la esperanza de que el puñado salvador del pueblo tan solo duerme y habrá de despertar en su momento. Dios está con nosotros y es tamaño aliado. Lo que más deploro es que no estaré presente en las horas solemnes de los ajustes de cuentas frente a las injusticias que nos afrentan.

Contrariado sí me voy, lo confieso, porque los males han llegado muy lejos en el hartazgo durante tanto tiempo. No importa, pues estamos a prueba como un Job hecho pueblo.

Algún día volveremos a ser lo que fuimos en los tiempos de gloria, por mucho que se empeñen en empañarles y hacerles olvidar. Son eternos los patriotas y eso me consuela. Y se verá cuando sean recogidas las ilusiones perdidas y se vuelva santa la ira ante tantas ofensas, cuando se oirá aquello de la pradera ardiente nuestra. ¿Quién vive? Dominicano libre y vuelva a llevar lágrimas a los ojos el júbilo y se cante a la bandera: “¡Qué linda en el tope estás, dominicana bandera, quién te viera, quién te viera, más arriba mucho más!”.

Poetas por doquier detrás de la libertad y la independencia los hemos tenido como el que más. Basta leer plenamente las letras del himno nuestro y cantarlo y regresarlo a las escuelas, para que brote el alma de la Patria nuevamente.

Tal es mi estado de ánimo que no desfallece, como podría parecer. La mesa está puesta para el banquete del decoro; acerquémonos, pues. Es cuanto la madre de madres espera, nuestra Patria infinita.

Comprenderán muchos de ustedes las razones del título de esta entrega; sólo hay que fijarse en cuanto ocurre para entender meditaciones como éstas. Se trata de un estado de ánimo que me alegraría saber que puede ser contagioso. Claro está, no hablo de la malignidad de virus de pandemia y lo que intento es quizás un torpe rezo por los destinos nuestros.

Es hora tremenda ésta y por ello me acuno en mi admiración invencible por los poetas. Esto me consuela.

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