Victoria y responsabilidad

Acabamos de asistir a un proceso electoral con unos resultados muy sólidos para la coalición de gobierno que encabeza el PRM. Esto queda evidenciado en la elección de 122 alcaldes y 150 directores, para un porcentaje de casi un 60 % de los votos emitidos en las elecciones municipales, convirtiéndose en una hazaña sin precedentes en la historia electoral dominicana. Muchas razones pueden darse; a mí, en particular, la que más me hace sentido es que la población ha refrendado al gobierno de Luis Abinader.

Además del apoyo hacia la actitud de gobernar; del abrazo de las ejecutorias de un hombre que ha impulsado cambios innegables en la forma de abordar problemas estructurales, sea el desarrollo de la parte sur del país, sea la reforma de nuestros cuerpos armados, sea la conducción de la economía dominicana con resultados sobresalientes, sea la apertura hacia las inversiones, sean los aumentos salariales, sea la recuperación del turismo o sean las áreas de salud pública; en fin, además de todo esto, la victoria abrumadora del PRM relaja, también, la madurez de una estructura política. Dicha estructura ha sabido primero mantenerse monolíticamente unida. Supo ser novedosa con propuestas demandadas por la sociedad, en mujeres como Carolina Mejía, Karina Aristy o Betty Gerónimo y en la experiencia probada de Ulises en Santiago o Nelson en San Cristóbal. La juventud de un Kelvin en La Vega o la novedad de Alex Díaz en San Francisco, el PRM ha sabido combinar novedad, experiencia, humildad para corregirse y gallardía para perseverar donde no se veía fácil la cosa.

Sin embargo, en medio de este jardín de éxito, debemos tener cuidado, pues con esta inmensa victoria viene una, aún mayor, responsabilidad. Lo que ha acontecido con la oposición política, aún nos beneficie electoralmente, debe llamarnos a pausa. Fuimos nosotros los que cuando opositores dijimos que mucho poder en manos gubernamentales era peligroso para nuestro sistema democrático. Hoy que somos mayoría, inclusive en lo municipal, más de lo que ellos nunca fueron, debemos cada vez más recalcar el mensaje que siempre nos da Luis: “Si no somos diferentes en cuanto a la transparencia y el correcto uso de los recursos puestos a nuestros cuidado, así como la sociedad les arrebató el poder, podría pasarnos lo mismo”. Esos riesgos están ahí; la sociedad de la post verdad es cada vez más susceptible a cambios repentinos. La dinámica de las redes que hacen de las emociones, catalizadores instantáneos de simpatías puede hacer de la mayoría, minoría y viceversa. Estos fenómenos de modernidad vienen a acentuar en rapidez un fenómeno que siempre ha sido: el de la mutabilidad de la popularidad. Es al más popular de los romanos que asesinan en los idus de marzo. Es al Churchill vencedor de las segunda guerra mundial que el partido laborista británico derrota en las primeras elecciones después del conflicto bélico. Es al Peña Gómez de la gran reforma constitucional que evitó quizás una guerra civil al que dos años después derrotaba un novedoso Leonel Fernández.

En fin, el que crea que la popularidad es permanente comete el peor de los errores en política: el de la ingenuidad. Con la mira puesta en estos fenómenos es que vemos la inmensa responsabilidad que pesa sobre los hombros del PRM y, por tanto, de nosotros sus líderes. Los grandes retos de nuestro país nos asechan: sea la crisis de nuestros vecinos, sea el cambio climático que con el sargazo y los fenómenos atmosféricos nos da nuestras primeras alarmas. Vigilemos, también, nuestra ancestral desigualdad de oportunidades y cómo eso se refleja en nuestros barrios.

Nunca habrá una fórmula estable para evitar los problemas, pero sí aventuro a enunciar algunas cosas que esa responsabilidad de gobernar con tan inmensa mayoría debemos hacer. Lo primero es mantener nuestra unidad. Esa unidad no es la ausencia de criterios diferentes ni la ausencia de competencia. Todo lo contrario, es la vigorosa discusión y la legítima competencia para que se desemboque en las conciliaciones necesarias. El comportamiento de Hipólito Mejía y Luis Abinader tanto en el 2015 como en el 2019 son el ejemplo. Gobernar desde la humildad corrigiendo entuertos y admitiendo errores si los hubiere, como ha hecho Luis en sus años de gobierno. Todo el tiempo seguir sumando voluntades pues debemos asumir que el partido que deja de crecer comienza a perder. Ese crecimiento no debe ser de cantidad, sino de calidad. Calidad para la formación y para las ideas. Que sean la transparencia, los resultados económicos, sociales y de infraestructura que nos permitan evitar la falsa arrogancia que ha hecho que muchos confundan aplausos con apoyo. Alrededor del poder siempre habrá oportunismo. Ese oportunismo de falsos acólitos jamás debe confundirnos. Fundamos el PRM en medio de muchas adversidades y superando una historia tumultuosa aunque gloriosa. Somos los herederos de los héroes de abril, somos los herederos de los constructores de nuestra libertad. Honremos lo mejor de nuestro pasado, dejando atrás lo peor. Pongamos la mirada en el sueño que podemos ser. Reconozcamos que acabamos de empezar y que estos éxitos jamás pueden nublarnos, pues la tarea que queda es grande y difícil: es convertir a República Dominicana en una economía de primer mundo, es hacer que nuestra juventud no anhele Nueva York o Madrid, sino Santiago o Pedernales, es hacer de Luis Abinader, en nuestros libros de historia, el presidente transformador que abrió los caminos de una sociedad donde la felicidad puede ser la aspiración de todos. ¡Vamos!

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