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Cuando el silencio habla más alto

n PNL existe una presuposición que dice que el resultado de la comunicación radica en la respuesta que obtengo de mi interlocutor independientemente de la intención.

Este enunciado hace referencia a que, si alguien nos contesta de una manera que no esperábamos, debemos revisar nuestra forma de comunicar, ya que una cosa es lo que dice el emisor y otra lo que interpreta el receptor. Somos responsables de la comunicación que emitimos.

Solemos pensar que cada vez que hablamos lo hacemos comprensiblemente, pero no tenemos en cuenta que nuestro interlocutor está inevitablemente influido por sus filtros mentales o viviendo situaciones que alteran su estado emocional.

Albert Mehrabian, profesor emérito de Psicología en la Universidad de California, Los Ángeles, reconocido internacionalmente por sus publicaciones sobre la importancia relativa de los mensajes verbales y no verbales, formuló la regla 55-38-7 sobre la cual escribió en su libro Mensajes silenciosos, publicado en 1971.

Según el resultado de sus investigaciones, las palabras apenas representan un 7% de la comunicación, un 38% hace referencia a la paralingüística (tono, velocidad, entonación y cualquier otro sonido pronunciado por la voz o no, como por ejemplo los bostezos y los silencios) y el restante 55% al lenguaje corporal.

Si es así, ¿por qué solemos darles más peso a las palabras que a la forma en que son pronunciadas o el silencio que otorgamos? Sencillamente porque no estamos acostumbrados a recibir el silencio como posible respuesta.

En el libro El poder de la palabra (Carriere, 1998), el autor afirma que el hombre ha erigido un “culto al habla” y cree que conversando y polemizando sin escuchar al otro está construyendo algo. Sin embargo, en el proceso interactivo del lenguaje oral, permanecer o respetar los silencios del interlocutor es una herramienta indispensable para el ejercicio de la comunicación humana.

Debemos ser conscientes de que en esta sublimación de la verbalización específicamente en debates y diálogos, las palabras solo cobran eficacia si el receptor sabe escuchar, de lo contrario la comunicación será estéril ya que no será capaz de comprender lo que dice el emisor.

Hay muchos tipos de silencios, sin embargo, para poder entender cualquiera de ellos, es imprescindible una escucha activa, para no caer en interpretaciones erradas. El silencio amplía la posibilidad de la empatía, ordena los pensamientos y mejora la capacidad de comprensión a través del aprendizaje que se produce a través de la interacción.

El silencio puede comunicar de una manera más profunda y poderosa, ya que a veces las palabras no son suficientes para expresar nuestros sentimientos o por igual, cuando las discusiones se vuelven tensas, permanecer en silencio no es otorgar o validar al otro, simplemente es preferible pensar antes de responder.

Respetar esos espacios es señal de respeto.

Hay mucho que aprender de la sabiduría del silencio. Para aprender a hablar es imprescindible también aprender a callar.

La autora es Entrenadora Internacional de Programación Neurolingüística.

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