SIN PAÑOS TIBIOS
La abstención después de la abstención
Con perdón de Fito, así como los bomberos forestales saben que un fuego se apaga con un cortafuegos, los gestores de comunicación saben que, a veces, un ruido se apaga con otro. Si a eso sumamos que vivimos en un país donde la noticia de hoy mata a la de ayer, el mayor riesgo que tenemos frente a la abstención de las pasadas elecciones (53.33%) es que nos olvidemos pronto. En efecto, si todo el mundo hoy habla de ella, es porque coyunturalmente conviene a las estrategias electorales de gobierno y oposición.
Más allá de si se corresponde con la media regional, o si beneficia a uno o a otro, la abstención es peligrosa en sí misma, en tanto síntoma. En todo Occidente la democracia está cercada y bajo ataque; sus enemigos no están fuera, sino dentro. El mayor desafío es la convicción de muchos de que el sistema no funciona, en tanto que es incapaz de generar respuestas a los problemas diarios de la gente.
Para quienes hacen política desde las lógicas formales partidarias, la democracia se construye cada cuatro años acudiendo a elecciones para que el pueblo escoja a sus gobernantes. Verificado el endoso soberano a través del voto, opera una desconexión entre elector y elegido, en tanto que este actúa conforme a su agenda e intereses propios o partidarios, de espaldas a los colectivos… y así, hasta las próximas elecciones.
En tiempos de internet y redes sociales, la insularidad no nos salvará del “fantasma que recorre” Occidente y el continente, el del agotamiento del modelo democrático sobre la base de su incapacidad de mejorar la calidad de vida del ciudadano, y simplemente ser un mecanismo de control y enriquecimiento de una élite.
Ante esa realidad, la insurrección o la protesta constituyen una respuesta, la otra es la indiferencia; un mirar hacia otro lado ciudadano que se expresa en abstención, que es, solapadamente, otra manera de expresarse tan válida como el voto. Nuestra clase política tiene la obligación de no dar la espalda a este reclamo, y lo urgente no puede matar lo necesario. Mal haría en ignorar esto hasta después de mayo, porque en la República del Después Dominicana, todo se posterga hacia un futuro que nunca se hace presente.
Pasadas las próximas elecciones, urge sentarse al más alto nivel –sin exclusiones políticas y partidarias de ningún tipo– y pensar de qué manera se puede revitalizar el acuerdo social sobre el que sostiene nuestro ordenamiento constitucional.
Hay que asumir este desafío y repensar en cómo podemos relegitimar la democracia; mejorar los mecanismos de representación y participación ciudadana; fortalecer los vínculos entre la gente, sus representantes y los territorios; y todo eso en una época en donde las redes, fake news y likes, fomentan la irrelevancia prometiendo la gratificación instantánea. Si no hacemos algo, existe el riesgo de que en las próximas elecciones más gente se quede sentada revisando la pantalla del celular, hasta que un día, sin darnos cuenta, no necesitemos elecciones… porque un mesías gobernará en nombre de todos.