Según la teoría, la democracia es el gobierno de la gente, por la gente y para la gente. Pero en República Dominicana, el sistema político vigente es casi una propiedad de los partidos, administrada solo por ellos, quienes se sirven en prioridad, en detrimento del pueblo. Una élite dirigente, que se reproduce en dinastías familiares y clanes de socios, ha suplantado el rol protagónico que debe tener el pueblo en la construcción de su historia.

Los partidos se han convertido en estructuras cerradas a la ciudadanía y abiertas al transfuguismo de quien más pague. Las grandes mayorías, que viven sobreviviendo a duras penas, no tienen acceso en la toma de decisiones públicas, aun sea a nivel local.

Nadie habla de esa vital reforma política, y, sin embargo, recordémoslo: cuando la gente se aleja de la política, es porque hace rato la política se alejó de ella. 

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