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Empezó Haina a Moler

Tolerancia cero ante la mutilación genital femenina

Cada 6 de febrero se conmemora el Día Internacional de la Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina.

Según la ONU, “la mutilación genital femenina (MGF) es una práctica que implica la alteración o lesión de los genitales femeninos por motivos no médicos y que internacionalmente es reconocida como una violación grave de los derechos humanos, la salud y la integridad de las mujeres y las niñas”.

Puede causar complicaciones de salud a corto y largo plazo, incluido dolor crónico, infecciones, sangrados, mayor riesgo de transmisión del VIH, ansiedad y depresión, complicaciones durante el parto, infecundidad y, en el peor de los casos, la muerte.

Es otra forma de violencia contra la mujer y las niñas que, al día de hoy, se ven obligadas a soportar estas prácticas sin sentido, vulnerando incluso su voluntad de manera agresiva.

Dar visibilidad a esta problemática es fundamental para llegar a su fin, pero no podrá ser así, si no existe voluntad de aquellos que legislan, pero que miran para otro lado.

El Instituto Europeo de la Igualdad de Género (EIGE) calcula que “entre el 9% y el 15% de las niñas (3,435–6,025 de entre cero y 18 años) están en riesgo de sufrir una mutilación genital femenina (MGF) de una población total de 39,734 niñas de entre cero y 18 años en 2018 y procedentes de países en los que se practica la MGF. De esas 39,734 niñas migrantes, el 79% (31,232) son de segunda generación. La mayoría de las niñas en riesgo de ser sometidas a una MGF en España proceden de Gambia, Guinea y Mali. Hay también grupos más pequeños de niñas procedentes de Egipto, Mauritania, Nigeria y Senegal”.

En una comida un domingo cualquiera con conocidos, un esperpento dijo lo siguiente: “La mutilación femenina tiene su justificación y se tiene que respetar”. Yo respiré y pude ver personalizada la ignorancia en una persona tan mayor pero del tamaño de un ratón.

No señor, no se justifica, ¿Acaso le encantaría que le mutilen su glande? Menos mal que decidimos con quién compartir nuestro tiempo, y por supuesto, jamás volvería a compartir una comida, con una rata de dos patas. 

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