En mi ejercicio periódistico me tocó dar cobertura a la medida de coerción de Daniel Hernández, mejor conocido artísticamente como Tekashi, por estar acusado de abusar física y mentalmente de su pareja sentimental, la también urbana Yailin, la más viral.
Sí, al igual que ustedes, estoy saturada de esta pareja, que cada semana lejos de impulsar sus respectivas carreras musicales con proyectos artísticos que valgan la pena o que les sume (a ellos), solo se encargan de llenar nuestras redes sociales de líos y problemas, que no vienen al caso. Es penoso que un profesional tenga que atender esos diretes porque quienes lo promueven están en el mundo artístico.
Por impensable que sea, personas con pocas ocupaciones (al parecer) se toman la molestia de gastar sus energías para estacionarse frente a una entidad judicial defendiendo lo indefendible, justificando lo injustificable y llegando, incluso, a hacer el ridículo.
Estas acciones incorrectas son las que nos mueven y movilizan en un país con problemas mucho mayores, como los recientes casos de sicariato, la violencia intrafamiliar y otros como la falta de agua potable y el asfaltado en muchas localidades, por no mencionar de nuevo a la justicia, con los altos niveles de corrupción que presentan muchos de quienes ostentan cargos en el poder, sin control alguno.
Aunque estas inconductas sean mayoría, no significa que sus propuestas sean un dechado de virtudes. Tal vez, lo que menos llame la atención en esta realidad fuera de control, es lo que nos une en nuestras vidas y en el crecimiento personal. Ocupémonos de aprender, de cultivar las buenas costumbres y las buenas acciones.
Es impropio caer en lo ordinario porque el vecino lo haga. Rompamos el círculo vicioso de aplaudir, solo porque el sonido y mirar a los lados nos motive. Permanecer con las manos caídas y no aplaudir un mal chiste, quizá, solo quizá, puede ayudar a que se cierre el telón de malas imitaciones.