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Juan Carlos Mieses, la poesía pendulando entre describir y filosofar

Al enterarme de que la Fundación Corripio había otorgado el Premio Nacional de Literatura 2024 a nuestro insigne escritor Juan Carlos Mieses (El Seibo, n 1947 - ), recordé mis años mozos y evoqué de inmediato al gigante de las letras nacionales: Franklin Mieses Burgos (Santo Domingo, n 1907 - †1976), astro dominante de nuestra Poesía Sorprendida.

También cuando corrían los días de 1992. Días diáfanos. Puede decirse con color de resplandores. Una edición de la revista Contemporanía me llevaba a Puerto Rico para fortalecer vínculos con el artista plástico Augusto Marin (San Juan, Puerto Rico: n. 1921 - †2011). Debajo del asiento, el mar callado y lejano. Alrededor: nubes densas, blancas, generosas de luz, invitando; debajo del asiento, mi bolso de mano y, en éste, esa edición Premio Pedro Henríquez Ureña de Poesía 1991: Juan Carlos Mieses, “Gaia. Una rapsodia entorno a un tema de Erick Lindegren”, publicada por la Universidad Pedro Henríquez Ureña en 1992.

Hay gente, universos y recuerdos que sólo habitan páginas y libros; añoranzas cuyos signos impresos hacen a nuestras memorias saltar desde su condición de azabaches durmientes y perdidos, a emerger, imponentes.

No he visto con frecuencia a Juan Carlos Mieses aunque sus libros pudieron reclamarme muchas veces Mira, ¡existo! Me consta. Vine a ellos en momentos de solitud. Como sortilegio llegó a mí ese libro. Desde su claustro, mi biblioteca. O en cajas, en tiempos de mudanza. Siempre lejos y conmigo siempre.

Mi primera inquietud —nacida de un error— era simple: ¿Y este romance con una escritora sueca, tan distante que entonces asumí como Astrid Lindgren (n. 1907 – †2002): Poeta, novelista y guionista. Quizás la conoció desde el celuloide, pensé, tratando de establecer correspondencias. Esa magia trashumante que trazuma sueños para que la realidad obnubile y —también— corporice almas. Inaprensible. Hoy basta invocar a Wikipedia desde cualquier navegador para obtener la filmografía completa de esa autora. Irrumpió en este oficio veinte años después que el cine empezara a cantar, a ser sonoro, desde el jazz que, a la vez, avanzaba desde el teatro a la pantalla en las notas y ritmos de blues y soul de la obra musical homónima de Samson Raphaelson, en aquel Broadway. Cuando adquirí el libro de Mieses, sin embargo, sólo el cine informaba sobre Astrid Lindgren. Y, a decir verdad, nada sabía de Erick Lindegren. Para quienes el cine que agrada la agente no es cultura, Astrid podía no importar, incluso significar nada. Para George Saoul, sí. Y mucho. Supe de ella por las páginas de los seis tomos de su “Historia general del cine” (1946-1975) que leí y estudié al detalle hasta escribir un resumen de casi el 60% de su contenido para que el departamento de divulgación cinematográfica del Instituto de Cine e Industria Cinematográfica de Cuba (ICAIC) lo socializara con los cinéfilos y asiduos visitantes a las proyecciones que en las comunidades apartadas llevaba a cabo. Razones penosas impidieron que concluyera tal iniciativa. Reencontrar, sin embargo, ese nombre, Erick Lindegren —que confundí con Astrid Lindgren—, en el subtítulo de un poemario dominicano nueve años después de mi regreso me arrastró a los gorriones y la nostalgia. Desde ella, a adquirir el volumen, en un acto de error benéfico y arcano, en alguna de las Ferias del Libro o no recuerdo con precisión qué lugar. Con el opúsculo en manos, fue, inicialmente, desconcertante —y algo divertido— comprobar mi error: no se trataba de la escritora cineasta sino del poeta y traductor: Erick Lindegren. Como es posible imaginar, eso cambiaba todo. Y lo cambió, aunque sólo por un tiempito: hasta que ingresé a las páginas de “Gaia…” y, desde ellas, empecé a buscar referencia de Erick Lindegren,

Supe que era poeta y traductor. Y, especialmente, enriquecedor y renovador del cultosistema y lengua suecos. Que tradujo importantes textos de escritores vanguardistas europeos: T. S. Eliot, Ranier Maria Rilke, Grahan Grenene, Sant-Jhon Perse, Dylan Thomas, William Faulker y Paul Colaudel, entre otros, como hoy pueden confirmar los lectores mediante los buscadores. De esos autores tuve noticia cuando estudiaba Arte Escénico en Bellas Artes y junto a Odalís Pérez, Elizardo Puello Paredes (†) y Bolívar Batista del Villar formábamos una entusiasta peña de cuatro, intercambiando libros y “long plays” de música clásica; teorizábamos sobre arte, cultura, democracia y revolución en la escalinata de ascenso al Edificio del gobierno represor. El intercambio era obligatoriamente unilateral: ellos me prestaban más que yo a ellos. Razones de diferencias económico sociales, jamás de afecto, correspondencia y amistad.

A bordo del avión, creo que un año después de adquirirlo, tomé el libro e ingresé a sus páginas. Fui feliz y —confieso— algo parcial, al comprobar ya que no era cinemática la referencia del subtítulo, sino intrínsecamente poética y mucho más que modernista: vanguardista y antiacadémica. Fui feliz. Pez a las anchas de esas aguas de sus páginas me sentí. Quedé atrapado en su universo.

Ante el merecido premio que la Fundación Corripio concedió anteayer a Juan Carlos Mieses, las personas que leen notarán que a ese galardonado un escribano se está refiriendo. Naturalmente, lo menos que pueden esperar es saber qué tiene este que escribe que decir sobre el poeta premiado porque para comunicar algo los escribanos escriben, deseando llamar la atención y merecer el tiempo de la gente.

Sin embargo, ¿qué se puede decir de un escritor como este que del pensamiento y el saber hace poesía y que a veces trata de describir poéticamente sus experiencias?

Quizás establecer una conversación filosófica con el texto, para enriquecer el cultosistema de los lectores, ya que limitarse a una comprobación empírica sería vulgar y lanzaría al suelo esa fruición estética que con tanta naturalidad y sencillez este Juan Carlos Mieses, poeta y novelador dominicano, articula y expresa con ostensible virtud.

Deseo hablar de este su libro “Gaia…” y me excuso porque sobre este tomo que siento como mío no puedo hacer más que apologías. Es lo que prefiero. Ya la mediocridad, la maldad y los seres frustrados del planeta son demasiado para dedicar la tiempo y esfuerzo a otorgarles vigencia y eternizarlos en páginas, flujos electrónicos y escritos.

Quienes pisan los territorios de las balanzas han de saber que tienen al menos dos guías: José Martí y Pedro Henríquez Ureña. Dos gigantes que compartieron con la gente buena la grandeza de los grandes para que desde los hombros de los mejores jamás pudiesen entronizar ni colarse en los poderes ni en la cultura los pigmeos. Asumir el slogan de los estudiantes de la revolución parisina de los ´60s: “¡No aceptaremos la mediocridad!”

La poesía de Juan Carlos Mieses desde un texto finisecular

Bocetada desde “Gaia, rapsodia en torno a un tema de Erick Lindegreen”, la poesía de Juan Carlos Mieses emprende una Odisea hacia ese Ser suyo que salta de cosa en cosa sin importar si en realidad existe; si es tangible o intangible. Le basta pensarla para darse existencia, poetizarla para anidarse en las alma como realidad cierta. Desde ella decirse —y decirnos— y, como todo demiurgo, insuflar aliento, vida, en esos territorios lingüísticos de lo recóndito, muerto y perdido. Poesía como acción vivificante.

El tomo de “Gaia…”, publicado por la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña en 1992, apenas contenía 60 páginas, ¡y vaya que no necesitaba más para constituirse en un acto de auto renacimiento!, premonitorio de un arcano “geoposicionamiento” personal y colectivo, extendido desde lo incierto a lo terral; desde el pensar a lo tangible. Con “Gaia…”, el autor se ubicó equidistante a todo espacio, realidad, credo, idea, inexistencia…, poblando un campo expandido desde lo cósmico a lo celular, desde un ámbito inalienable: su reflexión.

Al empezar a leer el libro no pude menos que recordar las conferencias sobre la estructura de la realidad que en la vieja Casa de Bastidas había pronunciado el filósofo, epistemólogo, físico y profesor argentino-canadiense Mario Bunge (n Buenos Aires, 1919 - †Montreal, 2020) a mediados de los años ´80s del pasado siglo. Como “reportero cultural”, las cubrí con pasión e interés por mandato del Director del Suplemento “Isla Abierta” del periódico HOY, creo que en 1984, de quien fui asistente hasta que quiso mostrarme sus partes íntimas como condición de mi obligación laboral (sea ante todo la verdad de la historia). Salvando que este ir desde el interior nimio y micro-cósmico interior al exterior macro-cósmico que recorre “Gaia..” abría todas las puertas hacia el confín sin límite de un idealismo portentoso y viajante, esa fuerza de Dios sin la cual ¿la poesía puede existir?

Había que ser demasiado partidario del materialismo dialéctico para aceptar como válido y fecundo ese idealismo tan fecundo, íntegro y robusto. Rechazarlo, pensé, homologaría rechazar a Hegel. Lo haría jamás.

Así, “Gaia…” llegaba para habitar un tiempo en el cual el hombre dominicano, siendo el otro que se ha ido o está yéndose, insistía en cultivar una sociedad mejor, de personas al menos más sensibles, tranzadas por y modeladas desde el amor. Significa decir, desde la cultura, pensé.

Homologando a Picasso, asumo que algo es bueno cuando me provoca a mejorarlo. Lo peor no tiene arreglo y contribuir, con el soslayo, a su muerte temprana es deber heroico y necesario. Una ética sobre la calidad de las artes y sus resultados que reiteró Dalí: algo es considerable y meritorio cuando toda historia previa, todo modo previo, toda constitución anterior, todo “burro muerto” de su corpus ha sido exorcizado. Se lo señaló a Federico García Lorca siendo apenas mozalbetes, para criticarlo por tanta preeminencia —según él—, presencia y musicalidad del “canto jondo” en aquella su poesía juvenil.

Ese deseo de hacer diferente o cambiar esto por aquello o quitar esto de aquí, fue lo que experimenté desde las primeras páginas de “Gaia…”, a bordo de aquél avión y de aquel tiempo apenas recordado y de consuelos. Supe, entonces, que me gustaba el libro, su poetizar. Que si me involucraba en su re-creación, que me provocara a re construirlo para mí, era por una sola causa: el libro me había impregnado tanto que quise hacerlo propio. Aprehenderlo.

Poetizar, acción profética; la poesía, lenguaje de los dioses

Si los dioses metaforizaran lo harían como Juan Carlos Mieses en “Gaia...”.

El libro inicia con una especie de síntesis o “abstracto” —como se diría desde la redacción metódica—, dejando revelado su objeto: el universo, la realidad, el sueño, el tiempo, el espacio, el germinar de la vida, lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, sus conjunciones precarias y lo eterno. La muerte, el amor y la esperanza (pag. 7).

Hacia tales dominios nos conduce, desde que arrastra el poema “Airoso” de Erick Lindegren al epígrafe. Desea presentarnos su brújula, advertirnos, declararnos su objeto. En el poema de Erick Lindegren también somos advertidos: de la insalvable pluralidad infinita y de la coexistencia de esos ámbitos pre citados por Mieses porque para el poeta sueco “estamos siempre aquí y ahora,” —dice— “somos siempre tú hasta la mezcla y confusión, | somos de pronto milagro de milagros y transformaciones, | impetuosa ola, fuego de rosas y de nieve”.

Entonces —es un vívido recuerdo— evoqué mi reconstructora relación con el texto: la traducción lo perjudicó en algo, de modo que una revisión poética nuestra habría quitado “de nieve” para dejar sólo “nieve”. Así hubiera dicho “impetuosa ola, fuego de rosas y nieve”. Más limpio. Para resaltar las sorprendentes transiciones entre realidades diferentes que se igualan o que, al menos, se integran para constituir al Ser, permitiendo un avance menos interferido hacia su pre clímax: “fuego de rosas y nieve”. Bellísima metáfora de Lindegren que me parece nacida del “Génesis” bíblico: soterradamente describe la encarnación divina en el fuego florido (arbusto) de una montaña suya, actual, sueca y gélida. Fuego en la nieve es milagro. Igual que el árbol que el fuego ni consume ni agota. La sangre, la belleza heroica del sacrificio.

Confirmo ese vínculo religioso y hoy sé que Juan Carlos Mieses es católico. Cuando paso la página había descubierto, ahí, en mayúsculas, su reconstrucción poética del origen, su “Génesis”: “EN EL PRINCIPIO ERA EL PLASMA, | la inmensidad, | los resplandores que giraban en las sombras, | y eclipses | que absurdamente disipaban el cosmos”. Intención de identidad, de comulgar poéticos.

Claro que todavía me digo lo que entonces: la profundidad emotiva y mística de Juan Carlos Mieses no alcanza la de Lindegreen, pero su optimismo místico lo supera, pues nuestro poeta agrega: “Porque antes del dolor | hubo el latido de la creación, | el devenir sereno, | irreprochable azar, | el ardiente sangrar de los volcanes”. Y con ese último verso da su tiro de gracia porque nos conduce a la majestuosidad doliente o sufriente de las fuerzas naturales, a la construcción sublime de la realidad desde el pensar emotivo e iluminante.

“Gaia…” también reproduce el agnosticismo, al menos la duda poética probable sobre los orígenes, propia de todo abordaje idealista íntegro y válido. También el carácter ascendente y propiciatorios de los acontecimientos germinales o trágicos: “Porque antes de la muerte | hubo un largo caer de escombros” (…) | “Hubo la oscuridad | Toda llena de vértigos y lejanías (…) Porque no tiene límites el devenir, | ni los tiene el milagro”.

¡Regio!, me dije.

No alcanza igual vuelo este Mieses nuestro cuando describe; al adoptar actitud testimoniante; al declarar la experiencia, especialmente en sus poemas sobre el amor y lo tangible de sus circunstancias, sostengo aún. Me basta su, podríamos decir, poesía macro, que lo corona y enaltece. Porque la realidad lo condena cuando la desea aprehender sin trascenderla; cuando “da” cuenta de sus particularidades y atributos empíricos, tangibles, evidentes sin instalarse en ella, sin ocupar su lugar. Queda varado ahí, sin poder ingresar al caudal abundante de su río lingüístico. Ocurre a todo poeta. En esa labor, la realidad siempre será más soberbia, majestuosa y sublime que cualquier poetizar sobre ella arrodillado frente a sus particularidades. Porque lo real se basta para auto decirse. Lo advirtió Emmanuel Kant en sus consideraciones estéticas. Ante las dimensiones, estructura y majestuosidad de la realidad ella, en sí, se manifiesta sublime. Está claro que para el “ojo poético” ya que sólo sobre éste ella puede imponerse. Tal actitud tendente a lo mimético, engendra proposiciones especulares, contrarias al espíritu, cáscaras, también advirtió, en sus escritos estéticos, Georg Wihlhelm Friedrich Hegel (Alemania, n. 1770 – †1831). El espíritu está en un tránsito hacia su plena independencia, postuló. Explicó que la tendencia que describe es hacia liberarse de su esclavitud respecto a los objetos, a ser instrumentalizado por la utilidad o por las dimensiones empíricas de la realidad. Es lo que explica el grado de abstracción de la poesía vanguardista y contemporánea. Del arte abstracto y conceptual, por ejemplo. Así, la meta del espíritu, aprehendido desde las praxis estéticas, es superar su condición enajenada; hacer que la materia, en nuestro caso el lenguaje, lo exprese a él, a un espíritu liberado de toda atadura, que no tolera referencia, vínculo, derivación o atadura a la realidad y, mucho menos, a las apariencias. Que se expresa a sí mismo. De aquí que, desde el punto de vista de una poética vinculada al pensamiento, al filosofar, a la afirmación del Ser, toda descriptiva actúa como factor obstructivo. Es el origen de la pobreza poética.

Un ejemplo de ello: “NO LUNA QUE ILUMINAS DANZAS | de cambiantes siluetas | compartidas en el dormir | y en las visiones…”. Como es posible apreciar, Shakespeare lo dijo mejor. Y, en lengua española o castellano, Pedro Calderón de la Barca o Machado. Es lo que establece una gran diferencia cualitativa entre los poemas a las cosas de Pablo Neruda y su gran “Residencia en la Tierra”. Y en nuestro lar, entre el poetizar de los dos Mieses.

Como vemos, la poesía es pensar el Ser en este autor galardonado. Cuando lo describe muere o, al menos, sufre. Por eso es grande ese hacer poético de Juan Carlos Mieses.

En hora buena. Bien merecido premio.

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