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periodismo en la pecera

Dos locos por los cielos de América

15 de septiembre de 1973. La viuda del presidente Salvador Allende, Hortensia Bussi, deja la capital chilena cuatro días después de que los militares derrocaran a su marido, mientras continúa la persecución de militantes izquierdistas por todo Chile.

El avión que la lleva a México debe hacer una parada en el aeropuerto Jorge Chávez de Lima, Perú, adonde ya ha llegado la noticia.

Reabastecida la aeronave, los pocos que bajan vuelven a subir sin percatarse de que entre ellos, un intruso lo hace también: Teófilo Caso, periodista peruano que sin pasaporte y sin dinero aprovechó un descuido y se metió en el avión donde conseguiría las primeras declaraciones de la exprimera dama.

23 de diciembre de 1972. Un potente sismo de 6.2 grados Richter sacude Managua, la capital nicaragüense, dejando 20,000 muertos y cerca de 300,000 damnificados.

Al día siguiente, en Santo Domingo, el periodista Miguel Franjul se las ingenia para abordar un avión de la Fuerza Aérea de Venezuela, que llegó a la capital dominicana para recoger ayuda y llevarla a Nicaragua.

Ya en Managua, la extensa cobertura de Franjul hace que pierda el vuelo de regreso, prolongando su estadía una semana, casi igual que su colega peruano, sin dinero y sin pasaporte, pero los dos con una historia.

¿Quién en su sano juicio se sube a un avión así, sin más ni más, guiado sólo por el propósito de conseguir una primicia? ¿Qué hado mueve a estas personas? ¿Acaso no calculan las consecuencias o el peligro?

La respuesta posiblemente está en una palabra: vocación, aquello que “no es un objeto que está ahí para ser descubierto”, según dijo el periodista colombiano Javier Darío Restrepo al colega Fernando Guerrero, sino “una orientación que cada uno confirma y fortalece y que tiene en cuenta las aptitudes e inclinaciones de las personas”.

Caso y Franjul actuaron por ese motivo, y lo digo con seguridad porque sé pormenores de aquellas hazañas: la historia del primero, leyenda del periodismo peruano que llegó a corresponsal-jefe de The Associated Press en Perú y Chile, la supe de boca de su propio hijo, Paúl, compañero mío en la universidad y luego brillante reportero como su padre. El segundo, mi director por ocho años en el Listín Diario, periodista con un extraordinario bagaje e infalible criterio, a quien le oí contarla alguna tarde de cierre en aquel periódico dominicano.

La vocación a la que todos, absolutamente todos, llegan por diferentes caminos.

Y quizá un poco de instinto. Como dijo un día Carl Bernstein, célebre reportero estadounidense que junto a su compañero Bob Woodward destapó para The Washington Post el mayor escándalo político del siglo XX: “Simplemente hay algo que te dice… tengo que ir tras esa historia”.

Como ese par de locos irremediables, periodistas al fin, volando por los cielos de América.