Ecuador en pie de guerra

E l presidente ecuatoriano Daniel Noboa heredó una situación peliaguda al asumir el poder hace menos de dos meses. En plena campaña electoral los cárteles asesinaron a bocajarro a otro candidato presidencial, Fernando Villavicencio. A pesar del clima de terror, el actual mandatario ganó las elecciones bajo la promesa de que iba a acabar con la grave crisis de inseguridad ciudadana a causa del crimen organizado. Ciertamente, Noboa, de 36 años y proveniente de una de las grandes fortunas empresariales del país, tiene por delante un reto difícil de superar.

A estas alturas Noboa tiene claro que los márgenes de maniobra de los que dispone son escasos, en primer lugar, porque se enfrenta al inmenso poder de los cárteles de la droga. Ya se sabe por las amargas experiencias en Colombia y en México que la guerra contra el narcotráfico es, además de cruenta, muy dificultosa por la capacidad de extorsión y de corrupción que tienen estos grupos. Sin contar con los años de experiencia y la infraestructura que otras naciones tienen para combatir a esta violenta y pujante industria, hasta ahora los sucesivos gobiernos en Ecuador han sido incapaces de detener el avance de una estructura criminal que posee fuertes vínculos con los cárteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco. De hecho, en los últimos días dos de los principales cabecillas, Adolfo Macías alias Fito (líder de Los Choneros) y Fabricio Colón Pico (al frente de Los Lobos), escaparon de cárceles gracias, seguramente, a la complicidad de autoridades bajo amenaza o sobornadas. Estas fugas de película desataron el caos en diversos centros penitenciarios del país, desde los cuales se han distribuido vídeos muy perturbadores de los reos ejecutando a guardias.

En medio del desconcierto general, los ecuatorianos vieron en directo cómo una serie de jóvenes sicarios (muchos de ellos menores de edad) irrumpió en una estación de la televisión pública en Guayaquil, ciudad portuaria que es epicentro del crimen, y provocó un escenario de terror, aunque al final no hubo víctimas mortales y los delincuentes fueron arrestados. Era un mensaje del crimen organizado a los estamentos institucionales: ellos son los que mandan y controlan las calles. Tanto es así, que los asaltantes llegaron a proclamar: “No se puede jugar con la mafia”.

Ante semejante chantaje Noboa se ha visto abocado a endurecer las medidas y, como era de esperar, decretar estado de emergencia. Todo indica que tomará un camino similar al de Nayib Bukele en El Salvador, con políticas draconianas cuyo fin es acabar con una plaga que, está comprobado, es casi imposible de erradicar por la inexorable ley de la oferta y la demanda de estupefacientes en el mundo. Por lo pronto, el presidente ecuatoriano asegura que se construirán más cárceles de máxima seguridad para encerrar a los criminales, fortalecerán la coordinación con Estados Unidos y países del entorno para combatir las rutas del narcotráfico y hasta propone situar en alta mar embarcaciones que serían cárceles flotantes.

Como le ha sucedido a su homólogo salvadoreño, Noboa se verá en la disyuntiva de combatir el narco con toda su artillería y, la vez, garantizar las reglas del juego del Estado de Derecho. Bukele no parece pasar con aprobado en este aspecto, con prisiones hacinadas y procesos judiciales irregulares, lo que no le resta popularidad entre una población que está dispuesta a hacer la vista gorda con tal de que disminuyan los índices de criminalidad. Es posible que los ecuatorianos también aplaudan medidas extremas, atemorizados por una inseguridad que ha convertido a su país en uno de los más peligrosos del mundo. Basta con repasar las estadísticas: en 2019 Ecuador era una de las naciones más seguras de América Latina, con un índice de 6,7 homicidios por cada 100.000 habitantes. En 2023 la tasa subió a 45 por 100.000.

Ante estas cifras tan alarmantes, Ecuador está en pie de guerra, pero la sinergia de los cárteles que operan de un país a otro –con Estados Unidos y Europa como insaciables clientes de todo tipo de estupefacientes–, representa todo un desafío para Noboa y otros gobernantes de la región. Depositan la responsabilidad del contraataque en policías, militares y funcionarios de prisiones que reciben amenazas o son comprados por el crimen organizado. También la clase política y judicial está expuesta a tan delicada situación. Mientras tanto, los ciudadanos barajan la migración como puerta de escape. A todo esto y más se enfrenta el presidente ecuatoriano. Los que lo antecedieron en el Palacio de Carondelet no pudieron frenar el desastre nacional. Noboa difícilmente saldrá airoso frente a un crimen organizado con tentáculos internacionales y unos golosos consumidores de drogas que compran todo lo que llega hasta los mercados estadounidenses y europeos.