SIN PAÑOS TIBIOS
Las ideologías nunca mueren
Para el pretencioso de Fukuyama, la caída del Muro de Berlín significó “El Fin de la Historia”. Este arrebato de superioridad se entendía perfectamente: la Unión Soviética no sólo había caído, sino que Occidente había ganado la Guerra Fría, y, más importante aún, el capitalismo se legitimaba en los hechos como ideología triunfante y dominante.
Tres décadas después causa risa tamaña soberbia, pero, en aquel momento casi todo el mundo coincidía en que las ideologías habían muerto, y que el desarrollo de la humanidad se explicaría en función del perfeccionamiento paulatino del mercado; aspiración que se concretó en el Consenso de Washington y que fracasó estrepitosamente con los intentos de reducir el Estado al mínimo. Los resultados están a la vista, pues, a pesar de que la humanidad nunca antes había disfrutado de un nivel de desarrollo tecnológico como ahora, las disparidades y desigualdades se agudizan, y la concentración de riqueza sobrepasa lo imaginable, situándose a nivel de lo obsceno.
Si en el principio fue el Verbo y el Verbo luego se hizo carne, es porque las ideas sirven para expresar y contar, pero también para justificar y legitimar. Las ideologías son eso, explicaciones sobre cómo funciona el mundo que llevan implícitas las propuestas sobre cómo cambiarlo. Cada sociedad se define a sí misma en función de un marco mental que es esencialmente ideológico. Sorteando el pantano dogmático, la RAE define a las ideologías como un “Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.”.
¿Son nuestros sesgos (aprehendidos o heredados) los que nos hacen decodificar la lucha ideológica desde el prisma maniqueo de izquierda/derecha?, ¿capitalismo/comunismo?, ¿progres/fachas? En estos tiempos de consumismo voraz y procaz, ¿es legítimo (y eficiente) hablar de tales categorías?
Para los Millenial o la Generación Z, el debate ideológico carece de sentido desde la lógica que tienen quienes los critican, porque esa supuesta falta de interés, capacidad intelectual, limitaciones de concentración, o la indiferencia que muestran frente a los debates ideológicos medulares que se dan en la prensa y en las redes, muchas veces carece de sentido.
Quienes dicen que ya no hay ideologías son aquellos que se resisten a aceptar que sus visiones del mundo son incapaces de describir este mundo. Todo ha cambiado frente a nuestros ojos en poco tiempo, y definir el mundo de 2024 a partir de modelos teóricos de los siglos XIX o XX es insuficiente. Son concepciones e idiomas diferentes; caminamos hacia un quiebre comunicacional peligroso en el que unas élites políticas y económicas lideran un mundo poblado por una mayoría joven e inconforme que no les entiende.
Las ideologías no han muerto, simplemente han sido sustituidas por otras. Pocos se interesan por las relaciones de producción, el capital o la propiedad privada y muchos por los likes, views y RT. En la sociedad de la gratificación instantánea, el espectáculo y lo efímero, lo ideológico es ser visto.