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periodismo en la pecera

Tres periodistas a quienes emular

Toda profesión tiene un arquetipo a quien seguir, un héroe, una heroína a quien emular. Y el periodismo no es diferente a los demás: está lleno de personajes que ya por la vida que llevaron, ya por la obra que dejaron para la posteridad, son dignos de reconocimiento y de memoria.

Desde aquel pionero en la corresponsalía de guerra hasta la pluma genial de un redactor, existen decenas de periodistas que merecen ser nombrados. Yo tengo mi lista —y mis propias razones— que comparto a continuación:

Ryszard Kapuściński. ¿Quién no ha oído hablar de este extraordinario periodista polaco? ¿Quién no ha leído al menos uno de sus libros? Kapuściński es como Picasso en el arte, como Churchill en la política… un referente que no puede pasarse por alto. ¿Por qué?

Pues por su compromiso con el periodismo, por la calidad moral que siempre lo guió, por su aporte crítico al ejercicio profesional. Al él le debemos reflexiones como “la verdadera tarea del periodismo es dar voz a los que no la tienen” o “el periodismo es una herramienta fundamental para la construcción de la democracia” y, entre las más importantes para lo que nos atañe: “el periodismo no es solo una profesión, es una forma de vida”. Una lástima no haberlo conocido.

Miguel Ángel Bastenier. Uno de los más actuales, aunque ya fallecidos (murió en Madrid en 2017), el autor de “El blanco móvil”, para muchos colegas libro de cabecera, fue un excepcional maestro de periodismo. Bastenier, a quien pude conocer bastante bien, acostumbraba venir con frecuencia a América Latina, sobre todo a Colombia y México, pero también a República Dominicana.

De él aprendimos todos, por ejemplo, que no hacen falta prólogos para contar una historia, o que sólo los diarios con agenda propia, localistas y con perspectiva son los que sobrevivirán a los nuevos tiempos.

Gabriel García Márquez. La influencia ejercida por este maestro en mi generación es innegable: su capacidad para atrapar al lector, su talento innato para las metáforas, la vitalidad de sus escenas… todo lo que publicó durante sus años de periodista son una clase obligada.

La única vez que lo vi (en México, en 2008) le conté que en 1993, el poeta y escritor francés Claude Couffon me dijo en un viaje a Perú que de todas las obras del “boom” que tradujo, la mejor por mucho fue “Crónica de una muerte anunciada”, aunque novela corta, un producto de sus “primeras notas periodísticas” según el mexicano Juan Villoro.

Gabo escuchó mi historia con avidez y coronó el hallazgo con una frase que estampó en un ejemplar de ese inigualable “mejor libro del mundo” que le puse entre sus manos, y que doña Mercedes Barcha observaba a su lado mientras fumaba un cigarrillo. (La crónica del encuentro fue publicada en Listín Diario el 6 de septiembre de 2008).

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