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Peña Defilló, el arte como gratitud y ofrenda por la vida

El arte como ofrenda que emana de espíritus agradecidos por la vida y los dones recibidos es tema recurrente en la obra del fallecido maestro del arte dominicano Fernando Peña Defilló (Santo Domingo, n. 1925 - †2016).

La serie en la que plasmó tal concepto y los sentimientos de él derivados es, sin duda alguna, la que denominó “Celebración de la naturaleza”. No podía existir mejor título para expresarlo.

Su eclosión ocurrió en 1994-96. Entonces produjo un tríptico enorme, para su propio hogar ubicado en el sector Arroyo Hondo de Santo Domingo.

Según me confesó entonces, los vendió a Manuel Hazoury Peña, con la anuencia de quien fui con Arturo Estrella, a fotografiar la obra, pieza por pieza e íntegra. “Contemporanía | Arte en el Caribe internacional” la reprodujo en un magnífico afiche entregado en cortesía a sus lectores.

El otro está —con su factura simple y directa de fluid painting y dimensiones colosales— en la pared frontal que da acceso a la sala de exposiciones temporales del Centro León de Santiago de los Caballeros.

Con “Celebración de la naturaleza”, Peña Defilló se liberaba de todo determinismo figurativo y, pese a su anti catolicismo, revitalizaba la idea panteísta de unas identidades deíficas manifiestas en lo tangible que él entronizó como metáfora beatífica de lo frondoso, propio y paradisíaco.

Antes, en 1988, había inaugurado, en la Galería de Arte Moderno de entonces, su “Sobre la materia y el espíritu”.

Su obra, entonces, filosofa la existencia. Connota la vida a través de los entramados sublimes de las culturas paganas y católica.

En esta serie entregó un cosmos, unos mares, planetarios, fenómenos astrales, figuras míticas y místicas, propiciatorias (ángeles, “presencias”, máscaras funerarias como culto a los antepasados).

En “Celebración…”, en cambio: una naturaleza insular tranzada por un espíritu fecundante —su espiritualidad— revelado en ciclos eternos, crecientes y vitales.

No había pretensión dialéctica en estas incursiones; sí la idea de reiteración creciente.

Este concepto sobre el eterno retorno de lo mismo invoca a los mismos seres y fenómenos, lo acuñó como “Samsara”, documentándolo en su opúsculo “La perfección no existe”, cuya primera versión me dio a leer en el balcón de mi antigua casa.

La obra de Peña Defilló canta la vida y lo propio. Es huída de la necrofilia, esa telúrica estima por la muerte que el romanticismo alemán imprimió sobre las artes occidentales y que, designada “todessehnsucht” acompañada de letargo (“weltschmerz”), se aposentó y difundió en la Europa del siglo XIX efecto de la novela “Las tribulaciones del joven Werther” de Wolfgang von Goethe, comentada en esta columna.

Goethe la expuso como obsesión del protagonista, hoy tipificada como enfermedad, cuyos síntomas de desprecio hacia todo y todos revela la hipervaloración del Ser; la inconformidad; la exacerbación del individualismo narcisista colindante con Nietzsche.

En tal patología ovó el Superhombre y posibilitó documentar que el suicidio —así terminó tal obnubilación— exhibe rastros anticipatorios que ayudan a los profesionales de la salud, especialmente a los psiquiatras, a prevenir y optar por acertadas terapias.

Su cura: esta obra de Peña Defilló donde la humildad agradece por todos y por la vida.  

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