POLÍTICA Y CULTURA

¡La tentación de probar la manzana prohibida!

La muerte es siempre un enigma, una clave no descifrada de un misterio que perdura. Es la construcción de un sentido que los humanos les damos a la vida y que tiene varias aristas. Voy abordar críticamente las percepciones derivadas de las creencias sobre la muerte. Cito a continuación diferentes acepciones: “Según la tradición monoteísta, que comparten las religiones del cristianismo, el judaísmo y el islam, la muerte es el instante de separación del cuerpo y el alma, siendo el primero perecedero y efímero, pero la segunda eterna y elevada. Sin embargo, estas religiones comparten también la idea de que las almas, despojadas del cuerpo, serán sometidas a juicio por Dios, quien evaluará si son merecedoras de la salvación eterna, descrita de modos muy distintos como un espacio de gracia y plenitud junto a Dios; o bien del castigo eterno, y por ende del infierno, donde serán sometidas a sufrimientos para compensar el mal que hicieron en su paso por la Tierra. Los criterios con los que las almas deberán ser juzgadas, sin embargo, varían de una religión a la otra e incluso de una iglesia a la otra, dentro de las sectas de una misma religión”. Esta concepción supone desde el inicio, que la vida humana es regida por una conciencia del “pecado”, o sea de la transgresión a un principio divino, que lo hace responsable de sus actos, por los cuales debe responder. Esta idea tendría muchos costados controversiales, establece una conciencia absoluta, una responsabilidad imperiosa del pecado. Como tal no puede sostenerse ignorando las multiplicidades orgánicas activas del cuerpo humano y la volubilidad de la conciencia individual, condicionada por factores concurrentes de tiempo y lugar, costumbres y culturas.

“Según la tradición budista, también llamada védica, la vida sería una rueda de reencarnaciones en la que se está constantemente volviendo, aunque no necesariamente bajo forma humana: aquellos que vivan sus vidas de un modo profano y brutal, descenderían en la escalera de la vida, encarnando en criaturas cada vez más básicas; pero aquellos que persigan la iluminación y procuren trascender sus limitaciones emocionales, desapegándose del mundo y sus apetitos mundanos, se elevarán en la rueda hasta alcanzar el nirvana, el estado de gracia que alcanzó el Buda, y podrán escapar a la eterna repetición de los sufrimientos vitales”. Esta teoría desorganiza la divinidad de la creación privilegiada y nos reduce a una cadena evolutiva, donde la ruptura con el mundo nos consagraría el fin de las angustias padecidas.

“Según la tradición religiosa de la Grecia Clásica, las almas de los difuntos viajaban al Inframundo, también llamado Hades, un lugar en el cual eran meras sombras ambulantes en un viaje hacia la reencarnación, conocida por los griegos como la «Transmigración de las almas». En el inframundo las almas podrían beber las aguas del Lete o Leteo, el río del olvido, y dejar atrás su vida pasada, para luego volver a nacer como otra persona”. Esta es la más poética de todas las narraciones, implica a la vez el uso imaginativo del sortilegio o embrujo. Creo que el rasgo distintivo es la construcción idílica, el diseño de una narrativa elaborada por humanos, contenida en sus propias aprehensiones mágicas de recuperar la noción del paraíso idílico, a merced de la tentación de probar otra vez la manzana prohibida.

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