Desde mi pluma
Uno de tantos
Hace un par de días conversaba con algunos compañeros de trabajo sobre el caso del joven pelotero Wander Franco, quien atraviesa en estos momentos un complejo problema judicial al ser acusado de sostener relaciones sexuales con una menor de edad.
Superficial y prejuiciosamente, se pusieron sobre el tema de debate muchas aristas que se inclinaban hacia justificar o condenar el presunto accionar del beisbolista. De esa acalorada charla, concordamos todos en que la sociedad tiende a normalizar que personas adultos sostengan vínculos de este tipo con menores de edad sin asumir las consecuencias y, peor aún, sin que la gente tenga plena conciencia para percibir que esas conductas deben acarrearlas.
Los menores son menores, no tienen la habilidad de “consensuar” absolutamente nada, lo que significa que cualquier relación entre adultos y menores debe considerarse abusiva, por eso nuestra Constitución los protege.
Me parece que no basta con que exista un marco de ley que preserve su seguridad de estos y muchos otros escenarios, si un gran segmento de la población ni siquiera logra ver cuando un o una menor está siendo víctima de abuso, porque, de nuevo, las relaciones entre adultos y menores están normalizadas y, simplemente ¡no está bien!.
El caso del pelotero Wander Franco es solo uno de miles que no llegan tan siquiera al ojo público. La sociedad, pero principalmente el Estado, de donde emana el poder para realizar los cambios que el país necesita, debe repudiar este tipo de actos. La justicia debe evitar la impunidad que muchas veces se perciben en estos casos cuando son denunciados, porque esto solo perpetúa la normalización de dichas conductas, que son además, de manera indudable, inmorales.
Los patrones culturales son difíciles de romper, los principios mal infundados son difíciles de descontracturarse en nuestras mentes, lo sé. Pero no son tarea imposible. La conciencia colectiva, la educación y una rápida acción de la justicia pueden construir una sociedad que proteja a sus menores.