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Los detalles, el mejor gancho para la historia

Jorge Cruz se alejaba un poco de la escena que debía fotografiar, daba algunas vueltas, miraba a su alrededor, de pronto se detenía; era como si estuviera estudiando todo antes de apretar el obturador. Luego me miraba y muchas veces me hacía un guiño para llamar mi atención.

Así es como en las innumerables coberturas que hicimos juntos aprendí a seguirle los pasos, a ver —sin descuidar mi propio trabajo— lo mismo que él veía: la soledad de un anciano reflejada en su rostro, las manos de un convicto aferradas a un par de barrotes, el dolor de una madre ante el peso irremediable de la muerte…

“Los detalles dicen de la gente mucho más de lo que la gente está dispuesta a decir de sí misma”, comentó hace unos años la extraordinaria cronista argentina Leila Guerriero en una Feria del Libro realizada en Colombia.

Eso era lo que mi compañero en el periódico dominicano Listín Diario hacía: captar en silencio el rasgo inadvertido, y no sólo en las personas. Así, al igual que el niño, el convicto y la madre, unos zapatos abandonados en una sala de emergencias, un manojo de llaves en el cinturón de un portero, un camino pedregoso y desierto se convirtieron también en entradas de mis historias, los detalles que un fotorreportero percibe quizá con mayor facilidad, y que todo periodista debería buscar para enriquecer su relato.

En Haití, un año después del sismo que dejó 300 mil muertos, Jorge y yo pusimos otra vez en práctica ese pacto tácito que teníamos: fotografiar lo que yo buscaba; escribir lo que él veía. De esa experiencia, como ejemplo, salió esta entrada (y claro, la foto principal del periódico):

“Tres niños buscan debajo de los escombros entre las ruinas en Delmas, lejos del principal campamento para refugiados donde el coro de una iglesia baptista se cuela entre las carpas y una mujer cuida a su hija... y espera. Igual que una anciana en la parte baja de la ciudad cuyo brazo extendido condensa toda la miseria de un pueblo: el polvo impregnado en su cuerpo cadavérico; el dolor contenido de un año aciago. Igual que los niños que van a la escuela: los rostros de una alegría remota. Igual que la gente que anda en la calle: como si nada hubiera pasado”.

Tom Wolfe reflexionó una vez: “Si escribo estampas de la vida cotidiana, quiero que los sonidos y la apariencia del lugar sobre el que escribo estén en esa estampa. Las marcas, los gustos en la ropa o en el mobiliario, las formas, el modo en que la gente trata a sus hijos, a los sirvientes o a sus superiores son pistas importantes sobre la realidad”.

Los detalles, quiso decir el padre del Nuevo Periodismo estadounidense, esos aspectos casi inadvertidos que son el mejor gancho para una historia.

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