OTEANDO

El eterno amor de Tata y Porfirio

Porfirio es un moderno internauta, participa en infinidad de redes sociales, pero de manera más frecuente en Equis. Supongo que no sabe leer bien, porque escribe muy mal, pero ello no es obstáculo para que se comunique, al menos con “tata” que, en el caso, es la destinataria principal del siguiente mensaje que ha posteado: “Un día como hoy hace ya 40 años ese señora me atrapó y nos casamos hasta hoy cuanto nos resta solo Dios sabe pero si me gustaría seguir con ella el matrimonio es una institución llevada primero por 2 y luego se agregan los hijos gracias altagracia (tata) por tu comprensión” (Sic).

¡Qué texto más hermoso! Muchos serán los que solo se detendrán en los desaciertos ortográficos de Porfirio, obviando aquello que Goette llamó “El secreto evidente”, esa nota relevante que, aun siéndolo, solo se hace manifiesta al poeta, al hombre sensible: infinidad de personas han visto en la cosa el elemento trascendente, el detalle de lo bello, pero no en cuanto tal, sino como una pincelada más del cuadro de su aburrida cotidianidad. Y así, el amor de Porfirio quedaría como los amores cobardes que “no llegan a amores ni llegan a historia, se quedan allí; ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar”.

Quiero reivindicar en favor de Porfirio el valor de su inmenso amor por “tata”, salvarlo en mi memoria, aun cuando esta sea ya polvorienta. Conjugarlo en la trascendente coherencia de sus sentimientos, y también de los míos. Se comienza una relación y la vida va sumándole eventos y detalles, nimios en su apariencia inicial, pero que, con el paso de los años, van construyendo ese acervo que colma la alcancía de los sentimientos haciéndola trascender a la esfera de lo irrenunciable y lo imprescindible. Alcancía a la que se podrá acudir siempre que la pereza emocional amenace con destruir lo esencial.

Con todo, aun así, hay a quienes estas cosas no se les aparecen más que como simples cursilerías, para quienes lo compartido no pasa de una sucesión de episodios sin ninguna vinculación que domestique su altivez; altivez que, en algunos casos, se adquiere con el paso de los años y el cambio de estatus que provee, por ejemplo, un mejor desempeño material que siempre trae aparejado un cambio de gustos y preferencias dando al traste con el “amor” por efecto de la forzosa dialéctica entre lo que se necesitó ayer y lo que se desea hoy.

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