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Camino de su tumba

Iba camino del Cementerio Cristo Redentor el pasado 7 de diciembre a cumplir con mi madre, muerta hace 45 años, que en tal fecha naciera hace 125 años.

Nunca pude pasar un día, luego de su viaje, sin tenerla presente en todas las circunstancias y vicisitudes en que tuve que vivir. Cumplía con lo que había escrito en su epitafio, que hoy me emociona tanto al recordarlo: “Nos guiaste con tu impar ejemplo. Ahora tu recuerdo es la luz. Aguárdanos en Cristo!”

Meditaba tantas cosas antes de llegar a su tumba y me conmovió un recuerdo específico de ella, que nunca relataba el hecho, pero que lo supimos por el testimonio puro de su hermana Anadelia, la otra madre de sus hijos huérfanos, tres en total, Euridice, Aristeo y el Vincho que ésto escribe.

Narcisa Rodríguez Núñez, madre de Marino Vinicio Castillo Rodríguez.

Narcisa Rodríguez Núñez, madre de Marino Vinicio Castillo Rodríguez.

¿Cuál fue ese recuerdo tan punzante, que se me presentó como un mandato para el presente?

Se trataba de que ella quedara embarazada antes de partir mi padre para Francia en procura de una cirugía de alta especialidad, que no bastó para conservarle la vida. Murió, pues, sin conocerme, dos meses después de mi nacimiento.

Marino Vinicio Castillo acompañado de parte de su familia.

Marino Vinicio Castillo, al centro, acompañado de parte de su familia.

Ahora bien, al partir en la primavera del año ´31, dejaba su familia más tierna, sus últimos tres hijos, al cuidado de una madre con escasos recursos económicos, porque aunque era un abogado sobresaliente, como ocurre con frecuencia, dependía de casos que llevaba, algunos no concluidos, pendientes de pagos terminales de honorarios.

Sus cartas cuando viajaba por el Atlántico hasta Guadalupe y las que escribiera desde Paris las conservo y son una muestra fehaciente de la angustia que sentía por la familia que quedaba atrás urgida de apoyo y, además, teniendo que emplear los recursos que pudo acumular antes de irse para poder pagar los procedimientos quirúrgicos que se le practicarían.

Por fortuna, gracias a Dios, mi madre correspondía a una familia cuya unidad fue excepcional, los Rodríguez Núñez, que abrieron sus brazos para acogerla junto a sus hijos con una solidaridad amorosa nunca vista.

De todos modos, debo precisar cuál fue el recuerdo que me estremeció en mi viaje a su tumba. Consistió en esto: Algunas amigas de la familia, sabedoras de las circunstancias en que mi padre viajaba y la dejaba, se le acercaron y trataron de convencerla de la necesidad de interrumpir su embarazo mediante el uso de brebajes fuertes, abortivos, cosa ésta que mi madre rechazó en forma altiva, y casi como si se tratara de una ofensa les dijo: “No. Eso está contra las leyes de Dios y ese nacerá con su pan debajo del brazo, porque el Señor se encargará de acudir en su protección y apoyo.”

El hecho es que ese asunto no se trató en la familia delante de ella, que puso término con su carácter sereno y firme a que se pudiera mencionar siquiera tal posibilidad. Por esa firmeza maravillosa sobreviví yo; me alumbró y me salvó.

Ustedes comprenderán así por qué han sido tan desafiantes y netas mis posiciones por la vida del simplemente concebido, que protege en forma terminante nuestra Constitución desde la concepción.

Ahora está el debate y aparecen voces cultas, inconcebibles, que han debido ser escudos para la preservación de la Patria y de sus hijos, sosteniendo que es posible que una nueva composición del Tribunal Constitucional, servida por “Jueces liberales”, introduzca una modificación de esa protección del Derecho a la Vida.

La Constitución de la República, lo saben muy bien, sólo es modificable mediante Asamblea Revisora, con Referéndum Consultivo previo; que la técnica jurídica inmemorial es celosa al sostener que la interpretación constitucional ha de ser estricta; que se ha sospechado siempre de los poderes públicos maliciosos que al través de fallos y leyes procuran evadirse de la obligación de volver al pueblo para que sólo éste pueda decidir si resulta pertinente cualquier reforma.

Las agendas extranjeras, disolutivas de valores y principios consagrados constitucionalmente deben ser respondidas con políticas públicas trascendentales, como por ejemplo la novedosa y privilegiada protección de las madres solteras, las más necesitadas, porque con ello se favorece al hijo nacido en circunstancias precarias. La vida de éste es un bien jurídico protegido por el Estado en forma inequívoca, cuando afirma el Artículo 37 de su Constitución: “DERECHO A LA VIDA. EL DERECHO A LA VIDA ES INVIOLABLE DESDE LA CONCEPCIÓN HASTA LA MUERTE.”

Lo condenable es que todos sabemos que se están sacrificando decenas de miles de criaturas al año y no hay un solo juicio penal abierto, conforme a la norma existente. Saben, además, que lo que se busca es establecer las Tres Causales, como un señuelo para escalar al aborto libre industrializado y esos aspectos no se tocan, desgraciadamente.

Expreso mis sentimientos de admiración y gratitud inmensas a la madre que me alumbrara, desoyendo los consejos que señalaban malos augurios si me dejaba nacer.

Tal es el nido de mi compasión por todas aquellas madres nuestras que no tendrían el apoyo necesario para levantar a sus hijos dignamente.

Habré de tratar esto en lides públicas, reiterando mi resistencia a que las preocupaciones en pos del poder político se dejen tutelar desde el nefasto extranjero.

Existe la Causa de Justificación de Fuerza Mayor, estado de necesidad entre nosotros, para cuantas veces peligre la vida de la madre ésta prevalezca. Más poderosa que toda ley descrita.

Mi madre obedeció a su fe; quienes pretenden licencia para matar, la Constitución impide.

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