Otro “Fujimorazo” en pleno siglo XXI

Su liberación vuelve a sacudir Perú y también hace recordar el oscurantismo al que llevó a esa Nación cuando pasó de ser un presidente democrático a autocrático.

“Aquellos que no recuerdan su pasado están condenados a repetirlo” es una frase que a menudo escuchamos, con alguna variante, como “quién no conoce su historia está condenado a repetirla”. Algunos se la atribuyen a Napoleón, el temido y poderoso emperador de Francia, que murió en el exilio en la aislada isla de Santa Elena en 1821.

Traigo esto a colación, para hacer una relación del caso del expresidente peruano Alberto Fujimori con los acontecimientos políticos en Perú, pero que se replican de manera muy parecida a lo largo y ancho de Latinoamérica, una región en la que pareciera que aquella frase famosa acuñada hace un par de siglos no tiene efecto ni validez.

Digo esto porque casi la totalidad de los países de América Latina vivieron dictaduras militares en el siglo pasado y esto es algo del conocimiento popular. Sin embargo, pareciera que hay añoranza de los pueblos por vivir bajo tiranías o, al menos, bajo las órdenes de gobernantes autocráticos, porque el recuerdo o conocimiento de la historia es vago o parcial.

Alberto Fujimori alcanzó la presidencia de Perú en 1990, tras ganar las elecciones al afamado escritor Mario Vargas Llosa, y pronto su popularidad creció, al extremo que le permitió dar un golpe de estado en contra del Congreso peruano en 1992. A aquella acción antidemocrática se le llamó “Fujimorazo” y fue respaldada por amplios sectores peruanos que, sin saberlo, estaban contribuyendo a que brotara el autoritarismo en aquel político de origen japonés.

Fue el inicio de tiempos oscurantistas en Perú, pero su popularidad subió. La historia de poco valió en un país acostumbrado a los vaivenes políticos. Tras sus audaces acciones antiguerrilleras contra Sendero Luminoso, Fujimori logró su reelección, en buena medida impulsado por las estrategias del tenebroso Vladimiro Montesinos, su “hombre fuerte”, encargado de reprimir y corromper a cualquiera, incluyendo a la prensa moldeable y comprable.

Pero no solo hubo corrupción. Como sucedía en los regímenes militares, se dieron casos de violaciones a los derechos humanos que fueron documentadas. Tras ganar la reelección, Fujimori y Montesinos cometieron delitos graves y, aunque sufrió desgaste ante la opinión pública, logró un triunfo electoral para su tercer período presidencial consecutivo.

Para entonces algunos de los tristemente célebres “Vladivideos” principiaron a circular. Eran videos que Montesinos grababa sin el consentimiento de sus interlocutores, los cuales mostraban la forma en que se corrompía a empresarios, periodistas y opositores. Empezó el derrumbe de Fujimori, por más que despidió a su hombre de confianza. Las investigaciones posteriores mostraron toda la corrupción y violaciones de derechos humanos, con asesinatos incluidos, que se habían cometido.

Enfrentó varios juicios y condenas, pero la más grave fue la impuesta por ser “autor inmediato de la comisión de delitos de homicidio calificado, asesinato bajo la circunstancia agravante de alevosía” en dos casos en los que estaba implicado juntamente con Montesinos. Le dieron 25 años de cárcel. En 2017, el entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski le concedió el indulto “por razones humanitarias”, pero estuvo poco tiempo en libertad, antes de que las autoridades judiciales le devolvieran a la cárcel. Esta vez fue liberado, a los 85 años, por aquel mismo indulto, aunque en medio del malestar de instituciones de derechos humanos y algún sector del pueblo peruano.

Sin embargo, se aprecia bastante respaldo aún para el exgobnernate. No hay que olvidar que su hija, Keiko Sofía Fujimori, ha sido una eterna candidata presidencial desde 2011 y ha estado cerca de seguir los pasos de su padre en la cúspide política, aun siendo señalada como “heredera” de aquel paso oscurantista del Perú.

El autor fue presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)

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