Desde mi pluma
Azote sin fin
“Esto es una selva; sálvese quien pueda”, me dijo una amiga al contarme cómo fue víctima de un atraco a plena luz del día y a punta de pistola, cuando ella se disponía a sacar dinero en efectivo de un cajero en el centro de la ciudad.
“No se puede ir solo a ningún sitio en estos días”, me comentó con preocupación mi mamá al enterarse por sus compañeros de trabajo de muchos otros episodios de delincuencia en esta misma semana.
¿Cómo es posible que los malhechores hayan ganado tanto terreno hasta el punto de limitar nuestra movilidad, nuestra forma de vivir, nuestra seguridad? Es alarmante, todos estamos de acuerdo con eso, tampoco es una problemática nueva, al contrario, se repite la historia cada mes de diciembre, pero es tan injusto que hace inevitable no referirse a la situación con la mayor indignación.
Probablemente, este año el Estado tenga muchos logros y avances de los cuales alardear pero la seguridad de los dominicanos, en definitiva, no será uno de ellos.
Y es una verdadera lástima. Es una lástima que gente trabajadora, responsable y respetuosa de la ley pierda el fruto de su esfuerzo o, en el peor de los escenarios, hasta su propia vida o integridad física, a causa de un robo o asalto.
Es penoso y da vergüenza que ninguna persona se sienta segura al caminar por las calles de su propio sector, tenga que restringir sus horarios de salida y buscar compañía para hacer simples diligencias por temor a sufrir alguno de estos infortunios.
Pero quiero resumir el panorama haciendo hincapié en que, más allá de todo eso, no es normal. El nivel de delincuencia que se percibe día con día nos ha llevado a pensar de esta manera, pero, reitero, no es normal.
Es momento de que las autoridades replanteen sus acciones contra el flagelo, pues la población es consciente de que ha habido muchos, pero queda claro que no son suficientes.