Enfoque
El abogado Gandhi
“Mr. Gandhi Attorney”. Así rezaba el título, o más bien, el letrero de la oficina de abogados de Gandhi en Sudáfrica. Fue admitido como estudiante de leyes en Inglaterra en el Inner-Temple y en la Universidad de Londres. Lo llamaron al foro el 10 de junio de 1891 y se inscribió en la Corte Suprema el 11; embarcándose para Bombay el 12.
Al principio, Gandhi no tuvo éxito en Rajkot ni en Bombay. Cuéntase que en una ocasión tramitó un pleito de diez dólares, pero, era tan tímido que le encargó el alegato a un colega. De hecho, también apunta Jacques Atalli, en su obra, “Gandhi, vida y enseñanzas de la nación india” (2009), que: “Los clientes no llegan y él fracasa tan lamentablemente en el contra-interrogatorio de un testigo que devuelve su dinero a la única clienta que logra tener…”.
En Porbandar comenzó a hacer trabajos jurídicos para el príncipe encargado del gobierno local; sin embargo, un incidente en la oficina del comisionado político británico, en el cual Mohandas fue echado a la fuerza del despacho de aquel, lo marcó definitivamente.
Dos años después de su retorno desde Londres, marchó a Sudáfrica “para suerte” contratado como abogado por una firma de musulmanes de Porbandar. Pero, otro incidente –muy conocido—, esta vez en el tren que se dirigía a Pretoria, capital de Transvaal, selló su vida y le hace dar de bruces con la realidad de la discriminación racial y la intolerancia.
Sucedió en la estación de Maritzburg cuando fue desalojado por la policía de un vagón de primera clase por el reclamo que hacía un hombre blanco, y arrojado al andén con su equipaje, pese a todos sus alegatos al demostrar de forma ostensible que había comprado un billete en categoría preferente.
En vez de quedarse en Sudáfrica por poco tiempo, se quedó desde 1893 hasta 1914, es decir por veintiún años. En ese lapso, el futuro Bapú de la India, desarrolló una notable dimensión moral e intelectual, al mismo tiempo se convirtió en un dirigente y abogado de mucho éxito. Creció hasta alcanzar la estatura de un gigante en el espíritu. Un virtuoso de la argumentación. Orfebre finísimo de la transacción política y las luchas.
Utilizó en sus causas la mansedumbre combinada con la audacia que se potenciaba con las dotes de un hombre de acción. La lógica, en sus labios, se imponía por la fuerza que le es inherente a la verdad… por la verdad misma.
Era un argumentador estupendo en el sentido socrático de la palabra, pero, su fortaleza radicaba en él mismo, en su equilibrio. En el testimonio personal de haber dominado bastante las pasiones y celadas de la carne.
Gandhi les imputaba a los sudafricanos “alimentar el prejuicio legalizándolo”. Al mismo tiempo advertía que: “los prejuicios no pueden ser eliminados mediante la legislación”, ya que estos, solo ceden ante una labor asidua y paciente de educación.
En su autobiografía él mismo llegó a declarar: “Comprendí que la verdadera función de un abogado era unir a las partes en desacuerdo. Esta lección quedó tan firmemente impresa en mi espíritu, que durante los veinte años de ejercicio de la profesión, casi todo mi tiempo estuvo ocupado en lograr para cientos de casos el acuerdo privado. Con lo cual yo no perdía nada, ni siquiera dinero y mucho menos mi alma.
En esto último, estaba en consonancia con las ideas de otro extraordinario abogado: el presidente Abraham Lincoln, quien decía: “Persuade a tus vecinos de las ventajas de un arreglo, haciéndoles saber que muchas veces el que es declarado oficialmente vencedor es el que más pierde en costas, honorarios y tiempo. El abogado que se dedica a pacificar los ánimos tiene cien oportunidades de ser un hombre honrado.”
El jurista Gandhi, en su desempeño profesional ganaba anualmente entre veinticinco y treinta mil dólares. Usaba para ese tiempo la indumentaria europea que incluía cuello blanco y zapatos lustrados; pero, había nacido para cambiar el orden social y de castas en la India. Incluso, tenía como empleado en su estudio jurídico a un ex intocable que se había hecho cristiano para evadir las infames tareas propias de los “descastados”.
Él y su familia vivían en Johannesburgo, donde Gandhi atendía su numerosa clientela, y pudo haberse enriquecido mucho como abogado. Al mismo tiempo, cultivó una existencia ascética y de pobreza voluntaria; una existencia de renuncia a los placeres de este mundo. Cuando no ayunaba, hacía de ordinario dos comidas de nueces y frutas sin condimento.
Pero al mismo tiempo comentaba, con sorna, que: “Mi voto de pobreza le sale muy caro a mis amigos ricos.”
“Los hombres afirman que soy un santo que se pierde a sí mismo en la política. Lo cierto es que soy un político que hace todo lo posible por ser un santo”.
El bufete de Gandhi se convirtió en el cuartel general del movimiento Satyagraha que propugnaba por los derechos de los hindúes. Y asumiendo las ideas de Thoreau en su “desobediencia civil”, Gandhi fue a la cárcel. “El único deber que tengo el derecho de asumir, es hacer, en todo momento, lo que considere justo”.
El retorno de Gandhi a su país marcaría la lucha por la independencia de la India con las ideas de la no violencia activa apoyado en que la verdad y la justicia están por encima de la ley.
El Mahatma era un comunicador formidable, y algunos de sus contemporáneos vieron en él la claridad del pensamiento y la perspicacia para captar el alegato de sus adversarios, lo cual le permitía por los atributos de su docta inteligencia jurídica, remontarse sobre la acrobacia forense de los abogados convencionales.
Lo que hacía de Gandhi verdaderamente un mago era su talento para comunicarse con las masas a través de gestos, sin palabras. El ayuno, tan característico en él, era realmente un arma poderosa en la propia refutación de las posiciones equivocadas en los demás.
El ayuno en él no era una pose. Era auténtica renunciación de sí mismo. Un abrazo solidario con las masas sufrientes. Cuando Gandhi ayunaba, la India ayunaba con él, tocaba como un artista las cuerdas del corazón de todo su pueblo. Siempre dijo que la “religión sin sacrificio” era un pecado social.
Aparte del abogado ayunador, de carnes magras, el tejido de algodón se elevó como un signo, una llamada convocante a toda la India para que esta volviese al hilado doméstico, al sacramento del trabajo, en tanto es capaz de reivindicar el hombre y dignificarlo. Abominó siempre de la “riqueza sin trabajo”, denunciándola como una lacra social.
En nuestra humilde opinión, la abogacía de Gandhi, desmiente en parte la aspiración hipotética de Santo Tomás Moro, Canciller de Inglaterra, en su ya célebre: “Utopía”, acerca de un mundo sin abogados, donde solo bastaría una legislación sencilla más la capacidad y decencia de los magistrados, porque, en el caso del Padre de la India, su abogacía y sentido jurídico determinaron la creación de un mundo nuevo.
Su labor por aliviar la carga de la división y las castas en la India, así como su misión de estratega y guía en la lucha contra el colonialismo, lo convierten en uno de los hombres más extraordinarios del siglo XX, un verdadero paradigma.
Vaya pues esta nota en homenaje a uno de los más insignes especímenes humanos de todos los tiempos. A uno de los grandes abogados de la humanidad.