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Por un punto, ¿gobierno alguno perdió alguna vez?

Desde finales de la semana pasada corría como especie lo que el lunes vendría en grandes titulares: el candidato del gobierno y presidente de la República caía a menos del 50% en una encuesta publicada por un diario nacional.

Más que una noticia, pareció una advertencia “a quienes corresponda”. Porque el descenso en la intensión de votos se registró sólo en el universo total de los votantes. En el de los probables sufragistas, esos que respondieron que votarán en mayo del 2024, en cambio, la preferencia por el candidato presidente se mantuvo incólume: en su invariable 54%.

Además de advertir a la clase política de la desilusión ante el resultado local de la democracia, el aviso golpea como tiro a quemarropa en el pecho de aquellos a quienes el poder ha engreído hasta las médulas y en el de esos que han venido a asumir la función pública y de gobierno como oportunidad para dañar, vengarse y hacer todo tipo de maldades.

Podemos perder, han escuchado, por primera vez en tres años y lo han oído de la boca de un amigo, más aún, cuasi oficialmente.

Una noticia así tiene doble efecto: hacia los adversarios lleva un nutrido caudal de certeza para robustecer sus esperanzas. Ah, mira, hay cositas aquí... Dicen y las toman, como lo hacen, para batirlas en la tv, las redes sociales, los medios impresos, los chismes y la radio. Igual que el gobierno con los datos de esa encuesta que les favorecen.

Sorprenden, sin embargo, las contradicciones evidentes entre percepción e intensión de votos: dos tipos de indicadores bastante ilustrativos y correlacionados en Política. El aspecto metodológico más relevante es que en la referida encuesta una percepción negativa genera una simpatía positiva y una percepción positiva, otra negativa.

Se ingresa a un mundo del revés que se articula para que los actores políticos descifren unas claves “ocultas” en un discurrir político nacional donde el pastel se reviste de merengue (suspiro) porque, al final, para alguien habrá una dulce fiesta.

Es, entonces, un mensaje sobre la concertación. En ella, el pueblo habla en el lenguaje de los ditirambos, esos galimatías que el ciudadano común articula para decir: ¡oye, con Abinader no cojo corte!

Refiere así algo como que, ante los otros candidatos, prefiere a Abinader sin que algo más pueda importarle o sea importante.

No hay que extrañarse: eso es completamente compatible con el ejercicio lúdico de la política y sus pathos. Emociones y apuestas.

Se impone, pues: para la oposición, aprovechar el empujoncito para radicalizar a sus parciales, incrementando el convencimiento social sobre su probabilidad de colarse; para el gobierno y sus funcionarios,aumentar la eficiencia, calidad de la gestión, dejar la soberbia y los abusos, trabajar con mayor honestidad para restablecer los afectados afectos, después de tres años de impenitentes crisis amantes de prodigar mazazos.