Y, ¿tú no sabes quién soy yo?

La expresión “Y, ¿tú no sabes quién soy yo?” que adoptan, con cierta regularidad, los pobladores de “Quisqueya la bella” tiene su historia.

En realidad, ¿qué es lo que hay detrás del cuestionamiento de los quisqueyanos y cuándo se verifica? Acontece, por ejemplo, cuando se comprueban problemas con un representante de la ley; con una entidad importante a la que se exigen concesiones preferenciales, especiales o que se cierre un ojo para acceder a privilegios indebidos, solamente en nombre: del abolengo que ofrece un apellido sonoro, un cargo gubernamental o diplomático; pertenecer a un grupo de prestigio religioso, político o de orden social. Tales conductas, por lo regular, reflejan los privilegios que en el pasado otorgaban sistemas políticos o de gobierno que en el país instauraron profundas y sólidas raíces, creando una cultura que se recoge en expresiones como estas: “al jefe no se le cuestiona”, “el jefe está sobre la ley”, “donde hay un jefe la ley no rige porque él es la ley”.

Otra versión de la misma realidad, lo constituye el famoso “amiguismo” dominicano. Se dice que, en República Dominicana, hay que tener vínculos con un: miembro de las entidades castrenses, representante de la Iglesia católica o político para apalear a intercesores en momentos de dificultad, cercenando el régimen de consecuencias.

Desde el punto de vista de las ciencias de la conducta ¿qué podrían estar reflejando tales conductas? El psicólogo humanista, Abraham Maslow, tiene el súper conocido triángulo de las necesidades. La penúltima de estas, es la necesidad de reconocimiento. Los padres y la familia, son el primer círculo social encargado de satisfacer esta necesidad, ofreciendo reconocimiento, respeto y cariño. Cuando el infante crece con un entorno seguro y con un apego saludable, exhibirá, seguramente, una necesidad de reconocimiento saludable y equilibrada.

Sin embargo, cuando el sistema familiar es disfuncional se podría verificar una especie de hambre o sed de reconocimiento, de ser el centro de atención. Por otra parte, la persona podría compensar, también, dicha carencia, mostrando una clara inseguridad, llegando a entender que vale por lo que hace, no por lo que es, persona. Y, se promueve, así, la tiranía del mérito. El reconocimiento sano se alimenta en la interioridad, por eso busca ser mejor que ayer, pero nunca mejor que nadie. En efecto, al saber quién es y lo que vale, no necesita ser reconocido.

La sed de reconocimiento conduce a la lucha por el mérito, de él se alimenta. El mérito deja muy poco espacio a la solidaridad y esto es lo que le convierte en tiranía o gobierno injusto. Ocasionalmente, algunos cristianos que cumplen con dos o tres prácticas religiosas se sienten con el suficiente mérito para doblegar a Dios a cumplir sus humanos deseos. Pero al Dios cristiano no le mueve el mérito, sino la humildad. La Biblia ayuda a valorar la humildad de dos maneras: mostrando los daños que trae su opuesto, que es el orgullo, y enseñándonos los bienes que llegan a los corazones genuinamente humildes.  

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