PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
¿Qué cambió la Congregación General XXXI?
Siendo un escolar jesuita, llegué a New York en julio de 1965 con 20 años sin saber inglés. Me tocaba estudiar filosofía. Con gran alegría descubrí entre los libros que me acompañarían durante 2 años, la Metaphysica generalis: praelectionum summa usum auditorium de Paolo Dezza, S.J., publicada por la Universidad Gregoriana en 1948. Con tres años de latín en las costillas, dos de ellos bajo la inigualable guía del P. Benigno Juanes, S.J., mis compañeros y yo podíamos leer textos latinos corrientes y hasta expresarnos por escrito correctamente en la lengua de Cicerón.
El Dezza era libro de texto en todos los filosofados jesuitas y muchos seminarios. Luego de examinar la formación “homogénea y monolítica” de la orden, la Congregación General XXXI de la Compañía de Jesús consideró oportuno un cambio. Se mantendrían ciertos cursos fundamentales. El Dezza seguía siendo una referencia, pero la enseñanza de la metafísica venía ahora sazonada por corrientes modernas. Globalmente la formación jesuita se abriría también a estudios universitarios en otros campos del saber humano. En teología igualmente se insistiría en la teología renovada. La enseñanza sería en la lengua de cada lugar. Cuando mi comunidad de 240 jesuitas cenaba, ocupaba más de 40 mesas.
En el futuro, la CG XXXI dispuso que se constituyeran pequeñas comunidades para fomentar intercambios más personales.
En New York, mi centro de estudios, Loyola Seminary, estaba en medio de la nada, en el idílico Westchester County de lagos y bosques, donde me asaltó el primer otoño de mi vida. La inquieta New York estaba a más de una hora y pico en carro, a buena velocidad por la Taconic Parkway. En adelante, las comunidades estarían insertas en medios urbanos, preferiblemente pobres. La formación no sobrevaloraría el aislamiento. En mis primeros tres años de jesuita nunca leí un periódico, ni vi televisión. ¡Me enteré de la crisis de los cohetes del 1962 en 1965! Cuando Paulo VI viajó a la ONU en 1965, no fuimos a la misa en New York, porque eso distraería nuestros estudios.
La Compañía cambiaba y aseguraba su apertura. En adelante, las Congregaciones Provinciales no estarían formadas automáticamente por los 40 profesos más viejos. Sus miembros serían ahora elegidos democráticamente siguiendo ciertos lineamientos que abrían las decisiones a elementos más jóvenes.
Se pudo hablar con franqueza de una irritante cuestión.