Dos tragedias han tocado nuestras puertas

A veces no percibimos la magnitud de una situación de pérdida causada por fenómenos naturales hasta que estos afectan a nuestros seres queridos. No es que seamos incapaces de sentir el dolor de los demás, pero nunca se experimenta de la misma manera que cuando afecta a nuestra propia sangre. Las pérdidas, sin importar el contexto, duelen; dejar ir a personas cercanas sin poder hacer nada se convierte en una pesadilla difícil de despertar.

Ver a tu familia partir de la forma menos esperada crea heridas que a veces no cicatrizan o toman tiempo para asimilarse. El pasado sábado 18, decenas de personas fueron víctimas del disturbio tropical que causó lluvias en todo el territorio nacional. Lamentablemente, nos tocó vivirlo; nos tocó enfrentar la pérdida de familiares, personas de nuestra tierra.

Por segunda ocasión, la tragedia ha golpeado las puertas de Arroyo Cano, llevándose la vida de cinco miembros de la comunidad que formaban parte de grandes familias en mi campo. Ellos eran pilares de esta tierra, y con su trabajo y ejemplo de vida siempre nos representaron dignamente.

Uribe Luciano Quezada, Carlita Luciano, María del Socorro Luciano, Duma y el pequeño Luis Felipe Luciano, fueron identificados como las víctimas de esta dolorosa tragedia. A esta lista tuvimos que sumar a Ruby Smarlin Duarte, esposa de otro hijo de esta comunidad.

Hoy quedan los dulces recuerdos de sus trabajos, valores y servicios. Sus sonrisas y cada uno de los momentos de alegría que compartieron con su gente, así como sus logros, persisten en nuestra memoria. Pero también queda el amargo recuerdo de un noviembre que arrebató una familia completa y enlutó a todo un pueblo.

En este mismo escenario, cuando tenía apenas 8 años, me tocó presenciarlo de frente y sufrirlo en silencio toda una vida. A finales de octubre de 2007, la tormenta Noel se llevó al ser más hermoso y perfecto que tenía mi familia, tía Yaniris, junto con su esposo Marcos y sus hijos, Maicol, Yanibel y Valentina.

Traigo conmigo el recuerdo gris de un día en el que mi mamá no se despegó del radio con pilas que había preparado para escuchar las noticias. El miedo de tener familiares en zonas vulnerables ante una alerta nacional nos arropaba.

"¡El Río de Baní ha colapsado!" Eran las 4 de la tarde cuando escuchamos esta frase, y nuestras acciones inmediatas fueron buscar un vehículo para trasladarnos, pero no fue posible salir, ya que no había forma de hacerlo. El puente que comunicaba a Arroyo Cano estaba en hilos.

La angustia nunca se fue; simplemente nos casamos con la muerte y perdimos tesoros que nunca volvimos a encontrar. Me quedó la ilusión de vivir y crecer junto a Yanibel, un mes antes de que murieran ahogados, la decisión de que ella viniera a casa con nosotros estaba tomada, pero el destino nos separó sin lograrlo.

La falsa esperanza de no ver su cuerpo y la posibilidad de que sobreviviera siempre ha permanecido en mí. Mientras escribía esto, me detuve un instante y, por primera vez, le pregunté a tío Francisco, "¿Levantaron el cuerpo de Yanibel?" Sin cuestionar mi pregunta, me hizo esperar un día y me envió su acta de defunción. Su nombre está bastante claro, aunque algunos datos, por lo antiguo del documento, ya no se entienden.

Junto a la imagen, tío agregó una nota: "Yanibel estaba junto a su mamá, los demás niños no los pude identificar. Dos días después hallaron el cuerpo de Marcos". En casa, este tema nunca ha sido conversación; las preguntas siempre se evaden. Que me respondieran bajo esta circunstancia de ver algo similar hizo que mi vida se fuera al suelo. No lo he superado; no ha dejado de doler, y nuestra familia jamás ha vuelto a ser la misma. Yaniris era el tronco, y sin ella, todo comenzó a derrumbarse. Y es así como tragedias como estas nos cambian para siempre.

Es difícil encontrar palabras que calmen el dolor que estas muertes han dejado en nuestras vidas, sin embargo, en el rincón más profundo de este sentimiento, encontramos la fuerza para transformar la tragedia en un impulso para la compasión, la solidaridad y la resiliencia. Y es así como, a pesar de las sombras, construimos un final que no solo marca el adiós, sino también el inicio de renovar la fe y creer en Dios.

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