POLÍTICA Y CULTURA

¡Solo el fuego manso del amor nos salva!

Las lluvias como rayos, esperpentos, diáspora del cielo en éxodo. Quise buscar una definición ágrafa, tantas caídas grotescas o estrafalarias, viniendo como puñales, desbordando cauces, soliviantando mares y ríos.

Quise buscar un antónimo, una negación de la negación, un ardid de palabras. Quise llamar a Ramón del Valle Inclán, para que acentuara los rasgos grotescos de la realidad cuando se deforma.

Quise levantar mis puños, espabilarme sobre una canoa sideral, inventarme monstruos buenos, campos de batallas abandonados donde una constelación de hormigas, diagraman luceros y cantatas sobre el ojo amarillo del sol.

Quise ser jadeante un obelisco varón requisando la soledad caída de los atardeceres.

Mientras el agua caía como un alarido con su piel viscosa, con su envoltura minúscula de melopea sobre la llama violeta de las ciguas del alba.

¿Por dónde es que escapan los antílopes, los arlequines y las petunias, cuando los anfitriones del diluvio huyen despavoridos sobre la cúpula boreal? Las lluvias cayendo en los domicilios indigentes del abismo y el olvido. ¿De qué mar y de que lluvias se crearon los laberintos de los dioses que hostigan el alba y la sonrisa de los niños?

Está lloviendo fuerte y el amor se encorva en el ocaso y en el albor roto del azar. Ningún pájaro duerme cuando la muerte embelesa. A dónde se van los pájaros, cuando el gélido horror truena y las lluvias se tornan cacerías infames de cítaras postergando el conjuro verbal de la vida.

Así he estado bajo el asedio de una tormenta obstinada, en la distancia insuperable de la geografía apartada. No tiene traducción el azar, el eco distante que altera y embelesa.

La impotencia de los tiempos datados de los diluvios. Es un recorrido sin apremios. Dejar caer el agua como si el cielo se vaciara sobre una franja del mundo pecadora, cosificando la luz jadeante de los misterios, los imprevistos que asedian, los frontispicios de una humanidad que se fuga interinamente en el sueño.

¿Quién dice que la última ventolera que inundó las calles de Santo Domingo y el Sur de la Patria, no restableció en la distancia onírica el Diluvio bíblico?

¿Quién dice que no eran las mismas voces de aquella humanidad ahogada por el mandato implacable de los cielos vengadores de las profecías y la pavura?

El asunto es a campo traviesa, viviendo el día a día que es el mismo día de Noé, repitiéndose circular.

Los pobres del mundo no tienen Arca donde guarecerse, solo esperar la sentencia divina que cada día se cumple en lejanos puntos simultáneos y fosforescentes del universo.

La vida continua tozuda e irreverente. Todo marcha veloz ,implacable y luminoso. Es agua violenta la que cae. Sólo el fuego manso del amor nos sostiene todavía en el abismo.

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