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Salud mental en la escuela dominicana

Al hacer un mapeo sobre el tema de la salud mental de la persona, de la familia, de la escuela y de la sociedad en general, se verifica que muchas instituciones (desde universidades, gremios profesionales de la conducta y medios de comunicación), están preocupadas por el tema; colocándolo en el centro del debate social, por las consecuencias que genera a todos los niveles, sobre todo en el ámbito educativo y familiar; y, no se diga, en el ámbito laboral y relacional. La pandemia, con su inicial aislamiento y su posterior excepcionalidad ha generado un impacto social insospechado. Ello es así, porque la salud mental infanto-juvenil es crucial para la excelencia escolar y para la vida sana.

Se han implementado campañas, congresos, conferencias y talleres, todos muy interesantes; sin embargo, la complejidad de la educación socioemocional y de la salud mental requieren otros niveles de compromiso e intervención que aseguren: formación, intervención e información sobre salud mental desde los grupos sociales, para que sea acogida con mayor apertura y realismo, no con sospecha, miedo, recelo o desconfianza. En cualquier individuo se puede verificar una condición determinada de salud mental que requiere de un profesional del área para evitar alteraciones en la convivencia humana. Igualmente, una adecuada salud mental se asocia con mejores resultados educativos, emocionales y comportamentales, los cuales impactan significativamente múltiples aspectos de la vida a largo plazo.

Las autoridades educativas y de la salud mental han de aunar esfuerzos para responder al reto impostergable de educar para la salud psíquica y para la intervención en crisis desde los centros educativos y la familia. Es urgente destinar más presupuesto para la salud mental, fortalecer los contenidos curriculares de las universidades y la formación docente en dicha área. Es perentorio promover programas de salud mental en las escuelas y los colegios, para reducir el ausentismo escolar por depresión, tristeza y las autolesiones; para prevenir el suicidio de los adolescentes. También, el acoso escolar en persona o en las redes sociales, la discriminación de: raza, sexo, orientación sexual, discapacidad; para combatir otros factores de riesgo tales como: la presión por lograr buenas calificaciones, la necesidad de destacar en deportes, artes; horarios con falta de tiempo para descanso, relajación y diversión; problemas en casa por temas económicos o por maltrato.

Poner atención a problemas recurrentes en edades escolares: Trastornos de ansiedad, Trastorno por déficit de atención, Trastornos alimenticios, Trastornos por estado de ánimo, Trastornos por estrés postraumático y Esquizofrenia. Los padres y los educadores han de identificar síntomas típicos en los infantes, tales como: irritabilidad, cambios en el estado de ánimo, cambios en el apetito y el sueño, dificultades escolares, pérdida de interés en las actividades, sentimientos de inutilidad o culpabilidad, retraimiento social, así como el tema recurrente de la muerte. Ellos han de incrementar la relación de confianza, los encuentros frecuentes con los docentes e ir a terapia. Las escuelas, por su parte, han de capacitar su personal para detectar y prevenir, estableciendo protocolos de intervención, hábitos saludables y promover las habilidades blandas.