SIN PAÑOS TIBIOS
La batalla de Pontón
A lo lejos, mientras el carro avanza, el monumento se divisa en la distancia, y uno pudiera pensar por la profusión de banderas de colores brillantes, que allí, en ese punto, se libró alguna gesta importante, una de esas batallas que de cuando en cuando jalonan nuestra historia. Quizás algún enfrentamiento decisivo con los haitianos, un fuego cerrado con tropas españolas, o alguna emboscada memorable a los invasores yanquis, cogidos de sorpresa mientras bajaban de La Barraquita rumbo a La Vega, pues es sabido que los humanos gustan de recordar a sus caídos con estatuas, placas y monumentos.
Sólo al acercarse a la prominencia de la autopista sobre la que ondean 12 banderas —enhiestas sobre mástiles aún brillantes por el galvanizado—, es que uno despierta del ensimismamiento que da el sopor del rodar, para caer en cuenta que no, que sobre Pontón hay sólo un puente seco, y que no existe ningún monumento militar a los caídos en singular combate... o algo parecido.
Porque esas 12 banderas simplemente dan testimonio de la tortuosa inauguración de dicha obra el pasado 14 de octubre por el presidente Abinader. Y uno entonces quisiera creer que para construir el puente fue necesario combatir con los indios caribes; sufrir por la malaria o la fiebre amarilla en modo Canal de Panamá; romper montañas a pico y pala y mover millones de toneladas de rocas sin la rueda, a puro tiro, en modo egipcio o maya; o desplazar un río embravecido, como los chinos con el Yangtsé, en las Tres Gargantas. En fin, algo epopéyico digno de poner tantas banderas, de hacer tantas notas de prensa y de tanta fanfarria en torno a algo absolutamente ordinario que debió hacerse rápido y en silencio.
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